Hablar de bullying en 2025 exige salir de las explicaciones simples. Hoy, las agresiones entre pares no pueden pensarse como hechos aislados ni como problemas “de chicos”. Lo que vemos en las escuelas y en los grupos de convivencia refleja, cada vez con más nitidez, lo que los adultos modelamos: la forma en que discutimos, cómo habilitamos la burla, cómo tratamos al que piensa distinto y cómo usamos la tecnología sin medir el impacto emocional en otros. Perecería ser que la crueldad y el maltrato se estimulan, se habilitan, se celebran.
El bullying ya no es sólo un problema entre pares, sino un espejo del modo adulto de vincularnos
Los chicos no inventan la hostilidad: la observan. Repiten patrones que ven en las conversaciones familiares, en la vida comunitaria, en los medios y en las redes sociales. Cuando normalizamos la descalificación, el sarcasmo hiriente o el “todo vale”, creamos un clima que se filtra en las escuelas. La prevención, entonces, requiere un trabajo profundo con los adultos, no sólo con los estudiantes. Escuelas y familias que se animan a revisar sus propias prácticas tienen más posibilidades de construir vínculos protectores.
Si bien por definición el bullying es una conducta de hostigamiento reiterada y sostenida en el tiempo entre pares en edad escolar, es urgente que revisemos todo aquello que hacemos los adultos desde nuestros distintos roles y funciones para que esto se incremente y parezca no tener freno.
Lo digital ya es parte de la convivencia cotidiana, no un “mundo aparte”
El ciberbullying no es un capítulo diferente del bullying: es la continuidad del mismo problema en un escenario que amplifica, acelera y hace permanente lo que antes quedaba en el recreo. Para muchos chicos, el teléfono celular es hoy el lugar donde ocurren las conversaciones más importantes de su vida. En los escenarios digitales se juegan aspectos fundamentales para su desarrollo: ¿quién soy? ¿cómo me ven? ¿pertenezco a mi comunidad? ¿me registran o soy invisible? ¿qué estoy dispuesto a hacer para que me reconozcan como parte de un grupo? Estas y tantas preguntas surgen una y otra vez en talleres y en el consultorio. Intervenir tarde —cuando aparece una amenaza, un video que humilla o un grupo que expulsa— es penoso para todos. La prevención real está en enseñar a los chicos a reconocer cuándo pueden resolver solos y cuándo necesitan un adulto que los acompañe, y en construir junto a las familias un modo de habitar las pantallas que sea ético, seguro y responsable.
Una y otra vez hemos expresado que el bullying se sostiene con el silencio. La pregunta fundamental que tenemos que habilitar es por qué los chicos callan. A qué temen cuando callan. ¿A sus pares o a los adultos que intervienen mal?
Cuando un chico encuentra a alguien en quien confiar —un docente, un acompañante, un adulto significativo— aparece algo más poderoso que cualquier herramienta digital: la palabra.
La palabra dicha.
La palabra escuchada.
La palabra que libera.
Los adultos no tenemos que resolver su vida, tenemos que estar cerca, disponibles, atentos.
Para que lo que hoy callan, mañana pueda decirse sin miedo.
El bullying actual nos obliga a mirar muy hondo: no sólo lo que hacen los chicos, sino lo que les mostramos; no sólo lo que pasa en la escuela, sino el clima social que respiramos. Las soluciones duraderas vendrán de ese cruce: adultos más conscientes, comunidades más cuidadosas y chicos con herramientas reales para convivir en todos los escenarios de su vida.
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