“Tener un hijo fue lo más lindo que me pasó en la vida”. Esta frase, que podría atribuírsele a cualquier madre, adquiere un nuevo significado al ser pronunciada por ella. Porque Silvia Carranza no sólo es madre, sino un ejemplo de que se puede romper con los estereotipos y con las propias limitaciones. 
La mujer lleva un año como Presidenta de CILSA, la ONG que desde hace 47 trabaja por la inclusión de las personas con discapacidad. Ella pasó por las mismas dificultades de aquellos que hoy ayuda, y su hijo Federico, que tiene 20 años, trabaja con ella en el área técnica de la organización. Además, ambos se esfuerzan por demostrar el importantísimo rol que tiene el deporte a la hora de la recuperación física.       
A los siete meses de nacer, en Avellaneda, Silvia contrajo poliomielitis y debió ser internada por tres meses en el Hospital de Niños con un pulmotor que la mantenía viva, ya que el cuadro se le combinó con una meningitis. “Fue después de la epidemia del ’55, en enero del ’56. Un día, de repente, mi mamá me quiso levantar de la cama y no me pudo parar”, recuerda ella en charla con 24CON. 
Para recuperarse, debió instalarse en José León Suárez e iniciar un tratamiento en la Asociación para la Lucha contra la Parálisis Infantil (ALPI). A partir de los 5 años, comenzó a someterse a operaciones y, luego de siete pasos por el quirófano, pudo volver a ponerse de pie con la ayuda de dos prótesis, un corsé y dos muletas.
 
“Era otra época del país y no había tanta conciencia respecto a la inclusión. Empecé el secundario en una academia pero lo terminé libre, porque no me podía trasladar en colectivo. Aún así, la discriminación siempre vino más de las autoridades que de mis compañeros. Los chicos comprenden más fácilmente las situaciones que los adultos”, asegura la presidenta de la ONG.
Más allá de las piedras en el camino, y por su experiencia de vida, quiso incursionar en el trabajo social relacionado con la discapacidad. Así, abandonó el kiosco que atendía con su mamá y, además de hacer labores en el Rotary Club, a los 15 años entró a trabajar en la Municipalidad de San Martín – estuvo allí hasta los 26 y llegó a ser la jefa más joven de la Secretaría Privada del Intendente – y se abocó a un deporte que conoció por medio de una amiga que tuvo en ALPI: el básquet en silla de ruedas.
“Empecé a los 21 y, aunque tuve la suerte de no utilizar la silla en lo personal, sí la usé siempre para jugar. Me di cuenta de que la rehabilitación deportiva desde la silla era muy importante”, explica Silvia. Jugando en el Servicio Nacional de Rehabilitación conoció a quien hoy es su ex marido y padre de su hijo, Luis Paz. Un jugador de primera división de básquet del Club Unión Deportistas Argentinos Lisiados (CUDAL).
. Pero en muchos casos sí se puede, porque no todas las lesiones son iguales. Uno logra vencer al estereotipo. reflexiona Silvia, que “La luz de mi vida”, lo define ella.
“En el club, yo veía a una chica que estaba en silla de ruedas y tenia a su nene sobre sus piernas, y yo me preguntaba cómo iba a hacer para cargar al mío, teniendo las muletas. Pero me arriesgué, me fui adaptando y rindió sus frutos. Fue una gran responsabilidad,  pero Luis me ayudó mucho, porque se manejaba muy bien con su silla. Me costó un poco cuando Federico empezó a caminar, pero él mismo aprendió cómo hacer: me agarraba del dedito y él me llevaba a mí”, cuenta la mujer.   
|   | 
Sin embargo, cuando su hijo creció, tuvo que explicarle la dificultad de convivir diariamente con la mirada del otro. “Él se molestaba porque, cada vez que entrábamos a un lugar nuevo, la gente nos miraba. Y yo le decía: ‘nos van a mirar dos o tres veces, y después se van a acostumbrar. La gente se queda mirando lo que no conoce”, rememora. 
Y agrega una anécdota: “Un día, cuando Fede estaba en Salita de 3, me llamaron del jardín porque no paraba de llorar. Cuando llegué, me dijo: ‘Lloro porque vos te vas a morir’. Lo que pasó fue que un compañerito tenía un abuelo que usaba bastón, y que había fallecido. Y él asoció el bastón con mi discapacidad. Le tuve que aclarar que no tenía nada que ver, que el abuelito era mayor. Después di una charla en la escuela y sus compañeros me pudieron preguntar cómo hacía las cosas, para que no les quedaran dudas”.
Hoy en día, y aunque no padece ningún impedimento motriz, Federico sigue los pasos de sus padres y también juega básquet en silla de ruedas. “Lo considera inclusivo aún para alguien que no tenga discapacidad”, asegura su mamá. Ella, por su parte, integró hasta 2009 el Club CILSA y llegó a ser atleta Para-Panamericana en los Juegos de Venezuela 1990.  
“A las personas con discapacidad que no se animan, les diría que tener un hijo es la proyección de la vida. Hay que elegir a cada momento cómo vivir, que no es ‘permanecer y transcurrir’, como dice la canción, sino ‘ser parte’. Uno lo puede lograr sólo si proyecta hacia dónde quiere llegar. Tienen que dejar de ser víctimas para pasar a ser protagonistas de su propia historia”, aconseja Silvia. 
La organización
CILSA nació en mayo de 1966 en Santa Fe, por iniciativa de un grupo que quería organizarse para jugar al básquet en silla de ruedas. Tras ampliar su objetivo y extender a todo el país su ámbito de influencia, hoy da contención a las más de 5,6 millones de personas que padecen de discapacidad en Argentina.
Su labor cuenta con áreas como “Recreación y Deporte”, “Concientización” y “Un Niño, Un Futuro”, este último centrado en una serie de hogares inclusivos para chicos discapacitados, que asisten a contraturno de la escuela. Además, realiza donaciones de elementos ortopédicos a las provincias del Interior y brinda becas para que los jóvenes de más de 18 años puedan estudiar en un nivel terciario o facultad. 
20 de octubre de 2013