El nublado y húmedo día dio un marco aún más lúgubre a la visita. Pero, atención, no se trata de otra de las locaciones a las que Policías en Acción tiene acostumbrada a su audiencia. Esta vez, el ciclo de canal 13 se sumergió en las sombras de “California”, la única villa techada del país. Y, 24CON acompañó a productor (Claudio Passanacqua) y camarógrafo (Lisandro Olivera) al interior del barrio que emerge desde las profundidades de San Martín.
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Desde el exterior es casi imposible adivinarlo, pero lo cierto es que las sórdidas paredes de la ex fábrica de vidrios “Cristales California” –abandonada en 1987- ocultan una ciudad sumamente precaria y populosa. El predio -que abarca una manzana, ubicado en 4 de Febrero y Sanz Peña- conserva en su interior un barrio que late entre las tinieblas de pasillos roídos y de techos averiados por el agua. Un mundo casi desconocido se eleva por escaleras destruidas, sean de madera o hierro. Y no hay que ser científico para darse cuenta que la edificación está en peligro de derrumbe. “Se puede pensar que es una ventaja el hecho de que vivamos bajo techo, pero no es así, en realidad es un peligro constante”, se alarman los vecinos.
La labor periodística comienza: Passanacqua y Olivera ingresan a los pasillos sin más armamento que una cámara y un par de anotaciones. Allí los espera Christian Pombo, presidente de la Cooperativa de vivienda, crédito y consumo California, y su mujer, Mónica, quien resulta ser una de las 20 mujeres -“solas y con chicos”- que, desesperadas, tomaron la fábrica el 4 de julio de 1999. “No teníamos dónde ir. Era esto o la calle”, confiesa la pionera de la toma.
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“Ahora somos más de 200 familias repartidas en dos plantas. La situación no da para más”, dice mirando la lente televisiva y su marido agrega: “En cualquier momento se cae todo y va a ser una tragedia”. Se entiende el por qué de la advertencia a golpe de vista: entre cables pelados que cuelgan del improvisado cielo raso, el agua escarba el cemento para encontrar una salida. Las goteras caen sin control sobre los foráneos y los locales. Arriba de sus cabezas emerge otro piso repleto de habitaciones.
El fuerte olor a humedad y a residuos cloacales, que inundan el espacio cerrado, hacen a California no apta para claustrofóbicos. Entre los angostos pasillos, los niños van y vienen con guardapolvos blancos. Otros, en cambio, prefieren agolparse para saludar a la cámara mientras los adultos conversan. Algunas puertas se abren y cierran con el tiempo suficiente para espiar las pequeñas viviendas en las que cohabitan familias enteras.
Pese a la precariedad del lugar, el precio de las piezas –que contienen habitación, cocina y –algunas- baño en un solo ambiente- asciende a los 9 mil pesos y el alquiler ronda los 200. “Muchos de los que vinieron después de nosotras, se dedicaron a tomar lugares para venderlos y no porque necesitaban un lugar dónde vivir. Fue una avivada incontrolable y, por eso, hoy esto está así”, argumenta Mónica. “Cuando llegamos estaba todo desierto y lleno de escombros y maquinarias. Limpiamos todo y las 20 mujeres empezamos a buscar lugares. Con el transcurso del tiempo, la gente levantó paredes, puso puertas y fueron vendiendo. Luego, empezaron a construir para arriba. Lo que se hizo acá fue un negocio”.
Asimismo, en 2001 la aglomeración aumentó debido a la crisis: “Empezaron a venir desde el interior y de los países limítrofes”. Para ese entonces, el hacinamiento ya era insufrible. De hecho, la cooperativa del barrio California nació con el fin de hallar, a través de un financiamiento estatal, a un hogar digno para sus habitantes en un terreno lindero. Y no les queda mucho tiempo: el predio tiene orden de remate con desalojo.
“Cuando llegué en 2003 al barrio, me encontré con una pobreza extrema, no había organización y había un sistema fluvial que se estaba usando como cloaca que había colapsado. Eso rebalsó y formó un río de materia fecal que corría entre los pasillos lo que causaba una alarmante parasitosis”, relató el titular de la organización que nació en 2001. “tuvimos que construir aliviadores para paliar la situación pero aún siguen cayendo aguas cloacales desde el piso superior”.
“Hay cuatro ´Califonias´ en total. Esta era la fábrica propiamente dicha. Acá hay un sótano que se conecta con las otras tres porque, antes, la calle no estaba asfaltada y, así, se pasaba la mercadería a los depósitos con carritos como si fuera una mina”, indicó Christian.
Paola vive dentro de una de las piezas con su marido y sus dos hijas. “Hace seis meses que vivo acá. No tenía dónde vivir, estaba alquilando y no pude pagar más. No me quedó otra opción. Esto es incómodo, antihigiénico y falta el aire”. Pero esto no es todo, “los cables se mojan, hacen chispazos y electrocutan las paredes. No veo la hora de poder irme de acá”, dice la joven madre sujetando con dulzura el cabello de su hija, parada en lo que fue el horno de la fábrica y donde hoy subsisten 40 familias entre planta baja y alta. En una manzana de superficie total, la situación se multiplica. “El peso de las construcciones de arriba hacen que las vigas sedan cada vez más”.
“Entonces, el hecho de estar construida bajo techo, ¿no es tan beneficioso como parece?”, preguntó el productor de Endemol a Pombo. “La diferencia que hay entre un barrio a cielo abierto y la California es que, en cualquier momento, el techo se cae y mata a alguien. El peligro es inminente y constante”, respondió sin vueltas el joven.
“Los expedientes indican que desde el año 64 no se realiza mantenimiento en la fábrica y los materiales con los que está hecha datan del 38. Esto es como un barrio privado… Privado de luz, de gas, de agua, de todo”, bromea.
Pero con lo que sí cuentan es con la inseguridad. Las rejas que protegen cada puerta así lo delatan. “Si roban por la zona, se meten por acá y se esconden o pasan para otro lado”.
“Sabemos que en cualquier momento llega el desalojo y por eso no se invierte casi nada en la construcción”. ¿El resultado? Un monstruo endeble con alrededor de mil personas en su interior, incluidos niños. “Esta situación no da para más. Nos queremos ir ya”. Se entiende.