El espectáculo es dantesco, el olor sigue siendo sumamente tóxico, el barbijo parece proteger más la identidad que los pulmones.
Del techo cuelgan pedazos de cieloraso . El suelo está inundado. Los autos retorcidos por el fuego duermen como cadáveres de hierro consumido por las llamas. Por lo menos diez autos se han incendiado.
El fuego que, aparentemente, se inició por el agua acumulada entre la canaletas tapadas, que descendió por los cables roídos produciendo un cortocircuito, acabó con todo el estacionamiento. Una vez iniciado, se extendió rápidamente a un auto y luego al resto.
La imagen peculiar arroja la veracidad del suceso. Podría haber sido una completa tragedia, las llamas se extendieron como reguero de combustible entre los vehículos. El trabajo de los bomberos fue impresionante. Lástima que, luego del siniestro, nadie los recuerde.
Pero sumido entre las cenizas, el agua y el olor que torna imposible la respiración, la memoria de los hombres que trabajan por la seguridad de la sociedad, aparece como un monolito en el tiempo. Sin ellos estaríamos perdidos, gracias bomberos y fuerzas de seguridad que trabajan en los incendios. Gracias.