Vista del Templo Dorado
Hasta cinco alimentos se sirven en el plato que le dan a cada uno que lo desee
Puertas adentro, es otra historia. El hambre se mezcla con el entusiasmo de los voluntarios que amasan el paan, cortan verduras y mezclan los masala en ollas tan gigantes como el apetito de sus comensales. Que pasan de a cinco, de a diez, de a cien, sin hablar casi, con la mirada baja y la mano extendida, mientras toman su escudilla de acero perfectamente lavada y se sientan en fila india, justamente, hasta que uno de los salones queda lleno de bocas que apenas se abren para comer y agradecer.
Cientos de voluntarios hacen pasa-manos y cocinan durante todo el día
Nanak sincretizó el hinduismo con el islamismo. Hukam es el dios que veneran pero no en una figura sino en sus enseñanzas expresadas en el libro sagrado que escribieron con infinita piedad los diez gurúes de si fe. Un libro que no narra ninguna historia, que solo esconde alabanzas a Dios.
Creyentes y tranquilos: visitar el Templo Dorado es una experiencia sanadora
Los sijs son los hombres de turbante. Así se identifican pero no se los define. Son mucho más que eso. Son sus largas barbas y sus pantalones cortos. No creen en las castas ni en rituales como los sati que golpean la sensibilidad de los hindúes. Se bautizan en un baño de néctar y por eso Amristar significa, precisamente, estanque del néctar de la inmortalidad.
Son altos, fuertes y su rostro transmuta paz. No pueden cortarse el pelo en toda su vida y eso los hace, también aguerridos. La novena religión (en cantidad de practicantes) del mundo se despliega en Amritsar entre el oro y el hambre.
Una síntesis perfecta de lo que el hombre quiere y lo que el hombre es.
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Fotos: Marcos Olivera / http://instagram.com/marcosolivera_/
Texto: Angeles Lopez