El último mundial de Diego
No es casualidad que mis primeros recuerdos sean jugando a la pelota. Dándole pelotazos a los muros que rodean el Cementerio de Chacarita mientras mi hermano, algunos años mayor, improvisaba de arquero. Desde mi infancia más temprana me hice fanático del fútbol, por herencia de mi viejo, que me ponía una camiseta azul y blanca con un extraño escudo que siempre me impresionó por tener espadas.
Años más tarde me enteré que no eran espadas sino esgrimas y que esos colores representaban a Gimnasia de La Plata, un club que "nunca había ganado nada". Era finales de 95' cuando llegue al mundo y Diego colgó los botines en el 97' asique me perdí todo lo que hizo con la pelota. Me perdí el pibe de Fiorito que la rompió con 15 años en La Paternal y luego deslumbró a La Boca. Me perdí la patada al pecho que le pegó a un vasco en España y tampoco disfruté de sus bailes interminables en Nápoles. Obviamente, no pude ver sus mundiales, ni la mano de Dios, ni el gol del Siglo, ni el paseo a los belgas, ni la asistencia al Burru. Sí, me considero un futbolero hecho y derecho pero no estuve presente en el momento más importante de la historia de éste deporte. Y eso duele.
Pero ya en la pubertad empecé a entender quién era Diego Armando Maradona y por qué mi viejo hablaba tanto de él. Siempre tenía una anécdota para contarme del Pelusa, desde la noche que lo vió festejar -derrotado- tres días en Saint Tropez luego de quedar afuera de Francia 98' hasta la tarde que Diego en persona le mostró el tobillo izquierdo cosido después de tantas batallas. Mas de grande me contó algunas "picantes", cómo cuando le mostraron el yacuzzi dónde se "enfiestaba" con Pradon y Cris Mirö o el famoso caso del jarrón de Samantha. Mi viejo estuvo presente, también, en días históricos de Maradona, cómo el día que le sacaron junto a Gustavo Bosco la foto con el habano en boca y el tatuaje del Che brillando sobre su hombro.
La foto de Bosque de la que tanto me habló mi viejo
Si hubiera conocido la iglesia maradoneana a los 13 años seguramente me hubiera afiliado porque ya era otro fiel de esa religión. Me pasaba horas mirando los videos con goles de Diego y de fondo canciones épicas que le escribían cantantes de todo el mundo. También usaba insistentemente una remera del Payasito Aimar y empezaba a mirar de reojo a un tal Lionel Messi, que todos los fines de semana aparecía en la televisión con un gol mejor que otro.
Pero Diego también me trajo contradicciones, sus vicios y fama de golpeador fueron creciendo con el paso de los años y ese pibito de 17 años no lo pudo soportar. Lo que un puñado de años atrás era admiración se convertía en resentimiento. Las charlas con mi viejo nunca cesaron, pero sí pasaron de ser tranquilas y armoniosas a ser una batalla verbal por defender o despotricar contra Maradona.
Por qué sí, claro que a Diego Maradona hay que ponerlo en un tiempo y lugar para cada uno de los que hablan de él. Para mi fue un genio dentro de la cancha pero un ser detestable afuera, para mi viejo, un Dios, y los fieles no discuten a su Dios.
Así lo acunó el Bosque de La Plata
El último gran recuerdo que me trae a la mente Maradona pasó hace unos años, cuando ambos fuimos al Bosque a estar presentes en su primer partido como director técnico de Gimnasia, sus dos fuentes de admiración más grandes se complementaban rodeados de una multitud que lloraba mientras Pelusa se sentaba en su trono.
Quizás lo mejor que pueda hacer este joven que no se anima a ser adulto es recordar a Maradona cómo lo que fue para mí, un enlace con mi mayor pasión, el fútbol y con mi mayor confidente, mi viejo.