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Cómo son las riñas de gallos en Rafael castillo

24CON habló con un "gallero" arrepentido que contó el negocio. Cómo y dónde se practica. ¿Qué dice la ley y por qué no actúa la policía?
Viernes, 19 de marzo de 2010 a las 11:30

Decenas de personas gritan, abuchean, beben y apuestan. Como en toda competencia, alguno debe ganar cueste lo que cueste. Aún más si hay dinero de por medio. Se abre la mesa de apuestas y uno que oficia momentáneamente de “juez”, junta la “parada”: el botín.

Los gallos van al “brete”, una especie de cuadrilátero pero redondo formado por espectadores. Allí no hay tregua que valga. Lo más probable que uno de los dos termine ensangrentado, moribundo y, con la mejor de las suertes, vivo. La riña comienza y la gente se enardece. Hay “guita” en juego y más vale que al que le apodaban “campeón”, salga victorioso.

La escena se repite a lo largo y ancho de los pueblos del interior del país, donde está considerada como un “deporte” legendario, en plena contradicción con la postura de los sectores protectores de animales, para los que es un acto de criminalidad puro. Así, sobrevive por años la disputa. Pero las riñas, también se dan en el Conurbano profundo, precisamente en la localidad de Rafael Castillo, partido de La Matanza.  

Cocoreando por las calles

Rafael Castillo es de esos barrios en los que faltan pavimentos y sobran paredes sin revocar y pibes jugando sobre el fango de la calle. Está todo embarrado y el lodo espeso también intenta endurecerse en la entrada de la casa de un ex “gallero”. Allí, a metros de la calle Marconi. 

El hombre, de unos 60 años, espera en el hall. Se sienta y habla pausado. Dice que llegó a tener más de 100 aves, entre gallos y gallinas, pero un buen día se cansó: “Se necesita mucho tiempo y plata para mantenerlos, por eso los regalé”.

Cuenta que marzo no es un buen mes para las riñas. De hecho, no se organizan, porque en ésta época los animales cambian el plumaje. Pero para mayo y hasta septiembre, el fenómeno sale a flor de piel y no hay ni un feriado de invierno que se desperdicie, además de algún que otro domingo.

“Se arman en algún descampado, o en el fondo de la casa de algún vecino. En el barrio se hacen en un par de lugares. La mayoría de los que van son todos vecinos o conocidos, y lo organizan de un día para el otro”, comenta.

Todo a escondidas, en plena clandestinidad. Porque sobre el territorio del país, este tipo de prácticas está prohibida por la ley nacional 14.346 desde 1986. “Arreglan con la policía para que no pasen por ahí, o que no molesten”, cuenta el informante.

En algunos encuentros hasta se cobra entrada y la jornada puede ocupar casi todo un día, desde el mediodía hasta la noche. Allí se apuesta, se toma y se come, porque el dueño de casa se hace unos mangos vendiendo bebidas alcohólicas y comidas caseras. Por eso, entrada la noche, hay veces que la pelea trasciende el “brete” y se convierte en trifulca entre los apostadores. Es justo por eso que los rumores en torno a las riñas de gallos son alarmantes: “El ambiente se vuelve pesado, y hay gente que va armada y pueden terminar a las piñas”, dicen.

Desde pollito

Los combates entre gallos provienen de una cultura milenaria que se originó en Asia, pasó por Europa y la India y desde hace siglos que se desarrolla en América Latina. Tiene adeptos en todas partes del mundo y en lugares como en la isla de Bali, en Indonesia, son casi sagrados. En el Conurbano, el fenómeno fue importado por las costumbres del Interior y se da en varios municipios, sobre todo en los barrios más humildes del segundo y tercer cordón. Se estima que hay más de 100 mil galleros clandestinos en el país.

Con los engranajes de este oscuro negocio aún en funcionamiento, es lógico que el entrenamiento de las aves no sea tarea fácil. Los galleros dedican gran parte de su tiempo en adiestrar a aquellas que seleccionan desde sus seis meses de vida en adelante. “Tienen que ser de raza, como los Charata, Pavo del Monte o Asil. Los mejores los traen de Brasil y pueden llegar a costar hasta $1000”. 

Se los entrena arrojándolos contra un colchón, para que “empuñen” sus garras, y luego se les masajea los muslos con alcohol. Recién a los 8 meses cuando “maduran” pueden estar listos para el combate.

Paradójicamente, para que no se lastimen, en un principio se les coloca una “piquera” para protegerlos de las mordeduras y se les enfundan las espuelas (garras). “Se usan guantes, vendas o gasas”. Una vez entrado el combate, cuanto más violento se ponga el animal, mejor. Según el hombre, ese es su instinto “por naturaleza”. 
 
Durante su crianza las aves son alimentadas con polenta y “mezcla de comida nutritiva”, también les aplican vitaminas y se los desparasita. “El costo es alto”, dice el gallero.

Lo cierto es que en las apuestas el dinero corre rápido. Los dueños de los gallos ofrecen una base y esperan que otro le replique la misma suma. Es decir que el que gana, se lleva el doble. También se realizan ofertas paralelas entre espectadores, o se puede acompañar con una parte si el gallero no llega a cubrir el dinero.

En las riñas clandestinas de Rafael Castillo se juega un dineral: “Pueden apostar $600 o más cada uno, y hasta hay quien lleva a competir 4 o 5 gallos”. En resumidas cuentas, tal vez circulen más de 10 mil pesos por jornada.

La gresca galluna

El combate tiene sus reglas. Los animales deben tener el mismo peso, un juez dirige la pelea, el gallero puede pedir tiempo y “levantar” al ave, existe el empate que se llama tablas y en ese caso nadie gana, y es parte del combate que los gallos lleven en cada espuela una punta de acero construida de forma casera y llamada “púa” . Con eso dan el “tiro” (golpe) para terminar más rápida y cruelmente, con la vida de su contrincante.

Es común que los espectadores griten y le den aliento a su favorito, por el que apostaron, como si “el pobre bicho entendiera qué le están diciendo”, reconoce el hombre de Castillo.

Una vez concluida la lucha, al gallo no le quedan muchos caminos: O termina muerto y luego se cocina y se come, o sigue vivo, ensangrentado y fuertemente lastimado, y se lo cura para las próximas peleas.

El Interior de la ilegalidad y las contras

Si bien una normativa del Código Penal nacional prohíbe este tipo de prácticas en el país, en distintas provincias como Santiago del Estero, Tucumán, Corrientes, y San Luis (lugar en donde hasta fue construido un gallódromo), las peleas continúan realizándose amparadas por leyes provinciales, como la 5574 del territorio santiagueño. Aunque en 2009, un fallo judicial del Dr. Horacio Zabala Rodríguez, del Tribunal Superior hizo dar marcha atrás al fenómeno en tierras puntanas.

Al respecto, 24CON consultó a Jorge de Marco, director del Centro de Prevención de Crueldad Animal (CPCA), quien explicó: “Ninguna ordenanza municipal o Ley provincial puede anular o contradecir una Ley Penal Nacional por lo que cualquier intento de autorizar las riñas con animales es inviable desde todo punto de vista”.

Asimismo, agregó: “Es insostenible que semejante espectáculo aberrante del siglo XVIII continúe hoy con miles de muertes por el placer de unos pocos, quienes pagando la suma correcta a las personas adecuadas tienen ‘licencia’ para cometer cualquier tropelía o delito. Esta actividad esta íntimamente ligada al delito en general, drogas, corrupción de funcionarios, robo etc”.

Uno de los casos más resonantes del ambiente sucedió en septiembre de 2007, cuando la policía detuvo a 30 personas y secuestró más de 60 gallos en Loma Verde, partido de Escobar. La denuncia la había realizado un vecino por ruidos molestos y olores nauseabundos. Luego, todos los acusados quedaron libres.

“No puede llamarse Sociedad Civilizada a aquella que ejerce la violencia, crueldad y la muerte a las sombras de la ley y con la burda  excusa de la tradición”, dijo, a lo que agregó: “la violencia contra los animales está íntimamente ligada a la violencia contra el mismo ser humano. Debemos trabajar en prevención y represión desde las raíces”.

La rutina de Rafael Castillo sigue su curso normal. El barro de las calles aún no se endurece, a pesar de que el sol haga todos sus esfuerzos para calentar el suelo. Al mediodía, el especialista y ex gallero continúa con su rutina, pensando en esas épocas en las que entrenaba aves. Al mismo tiempo, por las calles se escucha un cocoreo. Es el de un gallo desplumado que espera que llegue mayo, para enfrentarse en una riña y acrecentar las arcas de su dueño, el mismo que lo entrenó y lo hizo crecer.

 

20 de marzo de 2010

 

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