Su verdadero nombre es Ariel y tomó el tren en Moreno con una alegría contenida desde hace tiempo. Por fin había llegado el llamado para avisarle que ese 22 de febrero tenía una entrevista en la empresa de transporte de Lanús para la que había aplicado buscando trabajo. Solamente tenía que presentarse y el resto debía darse por lógica. Pero nunca llegó a tiempo.
Tuvo un mal presentimiento en Flores, cuando la formación no frenó correctamente. Lo peor se confirmó cuando llegó a Once. Fue oír un estruendo enorme y sentir que el piso se cayó de repente. Con todas las puertas trabadas, las ventanas fueron el único escape del caos y los gritos. Instintivamente siguió esa luz, aunque ahora piensa en todos los que quedaron adentro del vagón.
Ya pasaron casi dos horas del choque y todavía tiembla, pálido y desconcertado. Ya llamó a todos los que pudo para avisar que estaba bien, que no se preocupen, que solamente tiene un golpe en el tobillo y algo de dolor en la cervical. Le repite al médico que lo suyo no es grave, que atienda a los demás, hasta que acepta ser trasladado para observación por una de las ambulancias del SAME. Y se pierde entre los autos de una ciudad convulsionada, a la que vino en busca de trabajo y casi se cruza con la muerte.
23 de febrero de 2012