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"Paso a paso", el país se fue al carajo

Martes, 20 de diciembre de 2011 a las 16:53
Por Jonathan Raed

Tenía 15 años. Estaba muy preocupado. Terriblemente preocupado. Cuatro días antes del estallido, Racing le había ganado 2-0 a Lanús en el Cilindro y se aseguraba el primer puesto del torneo. Había quedado tres puntos por encima de River. Solo una derrota ante el siempre peligroso Vélez y un triunfo del Millonario podían torcer la historia.


Era sabido que el River de Ramón lograría su cometido y que Vélez le podía ganar a cualquiera. Sin embargo, era muy poco probable que el Racing de Mostaza Merlo se caiga. Ya habían superado muchos palos en las ruedas como para caer de esa manera. Mal que me pese, porque soy hincha de Independiente, ése equipo tenía pasta de campeón. Su juego no era el más lucido, pero había que “matarlos” para ganarles un partido.


Como si le faltara mística a ese equipo, la hinchada reventaba cada estadio y el periodismo estaba embobado con el “paso a paso” de Mostaza. Yo le había jugado 30 pesos a un amigo hincha de Racing a que no salían campeones. Se los había jugado luego del nefasto 1-1 en cancha de Independiente, con aquella salida inoportuna (calificativo generoso) de Ariel Rocha y el cabezazo de Loeschbor cuando se jugaban 46 minutos del segundo tiempo.


Solo un factor externo podía hacer que ese Racing no sea campeón y que yo salve mis 30 pesos. En casa mi abuelo insultaba a los “radichetas” más de la cuenta y hasta escupía los televisores cuando aparecía De la Rúa. Jamás comprendí por qué. Mi madre, preocupada, hablaba de un tal “club del trueque”, que a mí me sonaba más a secta que otra cosa.


Así las cosas, “la vieja” preparaba empanadas a mansalva y pizzas caseras. No solo no me dejaba tocar ninguna, sino que me hacía llevarlas a ese polémico club y volvíamos igual de cargados, pero con tortas, artículos de limpieza, perfumería y otras yerbas que no tenían comparación alguna con las empanadas de mi vieja.


En fin, “la cosa en el país” no estaba tranquila y “en la tele” pasaban a los policías matándose a palos con “la gente”. Recuerdo que mi única preocupación política se la trasladé a mi abuelo: “¿Por qué les pegan?”. “Porque el país se va al carajo y la gente está podrida”. “Y los policías, ¿no son gente?”. Mi abuelo levantó las cejas y no supo responder.


El milagro parecía ocurrir. El jueves previo a la última fecha, De la Rúa se fue en helicóptero y la fecha del domingo se suspendió. Se juega. No se juega. Se juega. No se juega. Nadie lo sabía con certeza, pero mis deseos eran que no se juegue. Si se posponía para el año siguiente, quizás algunos jugadores de Racing se iban, el equipo se desarmaba, se enfriaba la mística y Vélez podía arruinarles la fiesta.


Finalmente, solo se pospuso para el jueves siguiente. Loeschbor metió otro cabezazo, Racing y Vélez igualaron en uno, los hinchas de Racing llenaron dos canchas y celebraron después de 35 años. Ah, también mi economía se fue al tacho, ya que esos 30 pesos eran los “últimos” que me había dado mi vieja “hasta nuevo aviso”.

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