Cuando estoy hundido en un sueño profundo y mi cuerpo está entregado al descanso en la cama de un hotel 5 estrellas con el confort de una nube con almohadas mullidas, un altoparlante adentro de la habitación, casi adentro de mis oídos me pega un cachetazo con la mano abierta y me grita pacífica pero insistentemente “Querido huésped: esto es un alerta rojo. Usted tiene 10 minutos para buscar una zona segura”. Lo repite como si cada una fuera la primera vez que lo dice.
Dormido, zombi, con un miedo silenciado por el estado de somnolencia, me pongo los pantalones, las zapatillas, agarro la riñonera con mis insulinas, la cámara y el micrófono. Salgo de la habitación para bajar por las escaleras hasta el búnker del hotel Hilton de Tel Aviv.
Junto conmigo bajan huéspedes en bata, en piyamas de mickey, en camisones de satén negros hasta los pies ; bajan con perros, con niños, con ancianos, parejas de la mano, en pantuflas, descalzos, despeinado; niños en brazos, niños despiertos, dormidos.
Todos los habitantes de las 3 y media de la madrugada vamos desesperados sin desesperar a paso lentamente apresurado hasta llegar al búnker.
Muchos bajan de los ascensores, algunos en silla de ruedas o en muletas.
Permanecemos todos sentados en bancos distribuidos contra las paredes frías esperando el milagro hasta que suena una sirena aterradora que anuncia el ataque. Pasan unos segundos y suenan las explosiones que hacen vibrar paredes puertas, ventanas y las decenas de rostros se miran entre si con una tranquilidad forzada que me transmite todo menos tranquilidad.
En una oficina diminuta, el personal de seguridad del hotel escucha una radio y debate, con pistolas en la cintura, los daños generados por el reciente ataque e investiga en qué zona cayeron los misiles. Hablan en hebreo, lo que hace que todo me resulte aún más aterrador. Porque si hay idiomas que no me generan paz son el árabe y el hebreo.
El olor del búnker ya me resulta insoportable. No me lo voy a olvidar. Desde el primer ataque de misiles iraníes que nos depositó en esos pasillos blindados asocié ese olor a la muerte inminente.
Estas dos últimas noches no me quería ir a dormir. No me quiero dormir. Me aterra escuchar esas alertas que en general son por la noche o muy temprano a la mañana cuando me doy una ducha. Nunca me duché tan rápido. Dejo la televisión prendía en un canal de noticias pero en inglés y las cortinas del ventanal de la habitación abiertas. Como si algo de eso pudiera evitar lo peor.
De repente, esa misma vos que me arrancó de la cama anuncia que el alerta ha terminado con un seco: “El alerta ha terminado. Vuelva a la normalidad”.
Los huéspedes se empiezan a retirar lentamente. Vuelvo a la habitación y no consigo pegar un ojo.
Instagram: @dspairani
(Diego es parte del equipo que TN y Canal 13 mandó a Israel junto a Nelson Castro)