Mary, Urquiza y otro pastor en la previa a la zambullida del bautismo. |
Así como sucede en la virtual Springfield, el Delta del Tigre tiene su meca evangelista en el río Paraná Miní. A pocos kilómetros de Ciudad de Buenos Aires existe una comunidad similar a los Flanders y más numerosa inclusive: oran, cantan, tienen un templo apostado en una exclusiva isla y visten el cándido edredón (símbolo de la pureza) a la hora del preciado bautismo en las contaminadas aguas del Conurbano.
El mega camping evangelista del Delta consta de 18 hectáreas y está equipado con todos los chiches: buffet, baños, aulas y una casa pastoral. Bordeado de algarrobos, que usarán para la venta cuando crezcan, es definitivamente una curiosidad y una millonaria inversión de la Conquista. Y aunque huele a flores, nada es fácil, incluso en el reino del Señor, porque para llegar allí hay que sortear tres secciones del Delta separadas por el Río Luján, el Paraná de las Palmas y el Miní en lancha. Hasta la altura de San Fernando.
En realidad, el río no tiene significado en sí, el verdadero mensaje está en ser hundido de cuerpo completo en cualquier agua. |
Son unos 45 kilómetros río adentro; mosquitos del tamaño de una nuez; tres horas de travesía y 95 litros de combustible por cada nave. El fundador del movimiento y tripulante de una de las cinco “carabelas”, la Santa María, es el pastor Justo José Urquiza, alias “Cocholo”, de 64 años. De ellos, lleva 29 reuniendo a su rebaño junto con su esposa y pastora, Lilia, casa por casa entre los arroyos. Al igual que la lancha almacén o la panadera, el hombre hizo el “trabajo de hormiga de pasar a buscar a los fieles en lancha colectivo una vez por semana”. “Es una actividad única”, señala mientras carga gas oil en una estación flotante: “Poneme $300”. Y tanque lleno.
Los lleva al templo Betel de los Alcanfores, llamado así en homenaje a los dos árboles que vigilan la isla. “Deben tener cerca de 200 años cada uno”, dice el hombre acerca de las plantas porque “se necesitan unas seis personas para abrazarlos”. El espacio verde lo compró un misionero estadounidense, Raphael Haitt, quien comenzó esta actividad de reclutar ovejas por el delta de Entre Ríos hace más de 4 décadas y luego la trajo a Buenos Aires, donde conoció a Urquiza.
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Urquiza es uno de los 5000 isleños que se dice habitan el Delta bonaerense y como tal, luce una paz envidiable. Al igual que todo pastor, habla del diezmo con lógica matemática y poco revela sobre las contribuciones que hacen los voluntarios. “Tenemos que juntar U$D45 mil para pagar la última lancha que compramos”, apunta. Se conoce los ríos como cualquier pasaje de la Biblia y tiene licencia para conducir navíos de pasajeros.
Espera en el Dique Luján desde las 7:30, a la altura de Ingeniero Maschwitz, donde es el punto de encuentro.
En la Santa María, camino a Alcanfores, los aproximadamente 35 pasajeros, todos fieles, toman mate y abundan en galletitas. Saben que el tramo es extenso y sudan por los 34 grados que abrazan a la barca esa mañana. Algunos rezan y otros leen pasajes bíblicos. Todos balbucean algo salvo María Esther Martínez.
Está embelesada con el pintoresco y monótono paisaje. Escucha poco y no pierde de vista su bastón. Es que con sus 97 años no es poca cosa subir y bajar de una lancha por sus propios medios. Anda, que es lo más importante. Y con la vitalidad de un chico de 15.
Desde Dique Luján parte sólo Urquiza. Los otros barcos cargados con fieles salen del río Carapachay, a unos 20 kilómetros de distancia y se juntan todos en la isla. “Tenemos un comedor comunitario, una doctora viene una vez al mes para atender a los nenes y hay clases de geografía, historia y naturales”, devela el misionero.
Los testigos del bautismo cantan, aplauden y fotografían al recién "mojado". |
Descargan. En el lugar hay de antemano un grupo de visitantes. “Vienen de iglesias continentales para ver cómo trabajamos”, explica el pastor al tiempo que el beso “doblete” lo invade. Saludan con bendiciones a mansalva.
El día es netamente particular. “Hace mucho que no tenemos bautismos y hoy hay cinco personas que quieren bautizarse”, profiere Cocholo y continúa: “Lo hacemos en la orilla del río, porque la intención es sumergirse en el agua, no rociarse o mojarse parcialmente como se hace en el culto católico”.
El cenit
Después del mediodía, las hamburguesas abundan. El mate al pie del árbol le da un toque más bien hippie a la situación. Cada uno hace lo que le viene en ganas. Pero a la hora señalada, el tumulto tiene una sola meta: presenciar, filmar y fotografiar los bautismos que le anteceden a la misa.
María Esther Martínez tiene 97 y anda como una piba de 15. |
Urquiza tantea el vado. Baja por la escalera derruida y se sumerge hasta la cintura. Es ayudado por otro pastor que visita el condominio. Ambos tienen la misión bien sabida. Biblia en mano inquieren al voluntario: “¿Crees en Jesús?”, “¿Vas a adorarlo y a respetarlo durante toda tu vida?”, “¿Serás fiel a su mandato?”. Observado por cientos de ojos digitales, la oveja vestida de blanco no es capaz de decir que no ni aún arrepintiéndose.
“Si”, clausura a todas las preguntas entre lágrimas Mary. “Me dio una hija”, grita y ¡plaf!, desaparece en el amorronado pozo. Todos aplauden y continúan con el canto. “Habrá que hacer un lugarcito más en la lancha”, se escucha entre la multitud.