A veces el hambre es lo de menos. O sea, hay, sí. Está, cruje en las tripas, no deja dormir. Pero ni siquiera es lo peor que puede pasar. Lo peor es sentir frío, estar mojado, hundirse en el barro a cada rato, sentir la mugre de la tierra adherida en los pies como un capricho de la naturaleza.
Así se vive en “La Palangana”. Un asentamiento de Laferrere pegado (o incrustado) al Riachuelo, al fondo del kilómetro 38 de La Matanza. A media hora del Obelisco. O a mil kilómetros, pareciera. “Estamos en un mundo perdido nosotros”, dice Mónica de 35 años, una de las encargadas del merendero que hace dos meses levantaron integrantes de la Organización Barrial “Hay Esperanza”, sobre una pequeña loma de este bario sin calles. El merendero no tiene techo: no alcanzó el material para hacerlo.
En ese mundo perdido viven 3.500 personas, repartidas en 80 manzanas –por ponerle un nombre-. El asentamiento surgió tras la crisis de 2001 y no tiene lugar, literalmente, en el mapa: la municipalidad de La Matanza no le da entidad como barrio porque está en lo que se llama un “reservorio”. O sea, ni hablar de que alguna vez tenga cloacas, agua potable, luz, gas. No corresponde gozar de esos “privilegios”.
Pero la vida, aún así, transcurre. En una topografía solo conocida por ellos, ya que sus calles son surcos que hace la lluvia. Y quedan. Por eso se llama La Palangana: porque pase lo que pase, se inunda.
Las casas son de chapa, cartón, madera –algunas privilegiadas, las menos, de material. Pero apenas se sostienen y, como sus habitantes, están condenadas al olvido y el eterno, infaltable barro.
Los vecinos son todos “laburantes”. Los hombres en la construcción, las mujeres en servicio doméstico. La mayoría, en lo que se pueda. En lo que haya. Que es poco y no alcanza.
“Para la mayoría no hay trabajo. Antes les alcanzaba para comprar las cosas de la casa. Ahora se está viendo feo, la está pasando mal la gente. Desde mayo de este año las cosas se están complicando bastante más por acá”, cuenta Mónica, mientras se refriega las pequeñas manos con las que finalizan sus brazos fornidos, y hace un alto en la atención de más de cincuenta chicos que se acercan por un vaso de algo. Tienen suerte: hoy el techo –que es el mismo cielo- no se llueve.
Por eso “Hay Esperanza”, como se llama la organización popular que “baja” a contenerlos. Hace unos meses, todo parece ser más grave en La Palangana. La única respuesta que pueden dar viene en un vaso de leche para cada uno de los más de cien chicos que se acercan. Y sin embargo, es tanto. No son los únicos, como Patria Grande, Luján, Puerta de Hierro, Villa Esperanza y los barrios Almafuerte y Las Antenas, se decidió levantar a fines de julio pasado el quinto merendero con el que cuenta “La Palangana”.
“Acá viene Julián, el chico de Villa Esperanza que consigue la leche y la trae para acá, el resto lo hacemos entre nosotros, lo conseguimos como sea, pidiendo donaciones a almacenes, a quienes puedan, y por suerte contamos con la ayuda que nos dan los compañeros de la Organización Hay Esperanza, que hasta ahora siempre aportan lo necesario para que los chicos de acá puedan tomar una leche y comer algo al menos”.
¿Para arriba? Poco y nada. “El Municipio no nos baja nada porque no estamos reconocidos como barrio, estamos en un mundo perdido nosotros”, relata Mónica. Insiste. Y el cronista asiente, porque se los ve así: perdidos y abandonados.
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