Ingerir alcohol cuando se está tomando antibióticos no anula el efecto de estos, sin embargo es recomendable evitarlo por otras razones, asegura la revista Muy interesante. Lo que ocurre es que una vez ingeridos, esos fármacos pueden seguir varios caminos en el organismo: o son metabolizados por el hígado o son eliminados a través de la orina o las heces. Según la ruta de excreción que sigan, permanecerán activos por más o menos tiempo, lo cual determinará la frecuencia con que debe administrarse cada dosis.
Así que lo que sí puede hacer el alcohol es retrasar o acelerar su absorción y eliminación. Es decir, si se bebe mucho, el antibiótico funciona más lentamente. Esta reducción de efecto se puede dar en un tipo de antibióticos llamados macrólidos y quinolonas, que se usan para tratar infecciones de garganta, urinarias o respiratorias. Por otro lado, con algunas cefalosporinas, antibióticos del grupo de beta-lactámicos, la ingesta de alcohol precipita la aparición de una serie de síntomas.
Se conoce como efecto antabús o efecto tipo disulfirán y se trata de manifestaciones clínicas que pueden ser leves o graves, y que van desde rubor facial (cara colorada), náuseas, vómitos, ansiedad, hasta incluso taquicardia, hipotensión, insuficiencia respiratoria o encefalopatía. El efecto puede aparecer también con el uso de metronizadol (antibiótico anaerobicida y antiprotozoario), muy utilizado en las infecciones bucodentales o en óvulos vaginales para tratar ciertas infecciones. En todo caso, lo más seguro es leer el prospecto, donde siempre vienen indicadas las incompatibilidades.
2 de julio de 2014
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Los síntomas son similares pero hay que prestar mucha atención. Los niños y los ancianos son los primeros perjudicados.