Hace más de mil años, el actual territorio del Conurbano bonaerense estaba densamente habitado por numerosos pueblos que transitaban por la llanura Pampeana y que tras la llegada de los españoles fueron conocidos como “Querandíes”. Acá nacieron, vivieron, se asentaron y finalmente desaparecieron.
Pero su legado todavía sobrevive. A pesar de la colonización de los countrys y los barrios cerrados, persiste un grupo de descendientes de aquellos indígenas que se obstinan para no abandonar su legado más ancestral: la relación con sus dioses y la tierra
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El lugar aún se encuentra abierto para todo aquel que lo quiera conocer y no es una rareza toparse con algún resto de cerámica, hueso o piedra tallada de origen querandí. Sin embargo, está siempre latente la amenaza de que los panes de pasto, palmeras y los pinos de los barrios privados que lo rodean arrasen con los pastizales autóctonos y se lleven con ellos el patrimonio histórico del sitio.
Viento, lucha y sol
Domingo de por medio, un puñado de personas se reúnen al mediodía en la estación de Ingeniero Maschwitz. Unos son descendientes de pueblos originarios, otros vecinos de la zona o también afectados directos por la explosión inmobiliaria. Incluso hay quienes van a apoyar la causa desde otros puntos del Conurbano. De allí inician una caminata hasta Punta Querandíes por la única vía todavía libre para llegar.
El camino implica tomar la ruta 26 para empalmar la calle Brasil hasta chocar con el Canal Villanueva. Alrededor, sólo hay alambrados de los múltiples barrios privados que la empresa EIDICO construye desde hace más de una década tras rellenar zonas inundables. El último cerco que instalaron intimida a quienes se quieran acercar a Punta Querandíes, al igual que una casilla de seguridad que custodia el puente sobre un arroyo cercano, el Garín.
Este lugar era visitado por los lugareños hasta no hace mucho tiempo como espacio recreativo para pescar, tomar sol o bañarse. Hoy casi nadie llega hasta ahí. Por eso la principal preocupación del “Movimiento en Defensa de los Cementerios Indígenas y Humedales del Delta” es velar por que el lugar se sea conocido por cada vez más gente y se transforme en una reserva arqueológica y ambiental.
Resistencia cultural
El motivo de las continuas visitas es ratificar que ese espacio es un patrimonio de todos con un alto valor cultural. Así lo entiende Pedro Moreira, que con sus 73 años guía las pequeñas ceremonias y ofrendas en el sitio. “Los pueblos originarios no tenemos una visión tan fatalista de la muerte, para nosotros las personas siguen con nosotros, sólo que de otra forma, la energía es la misma y nos acompaña, no se pierde”, asegura.
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El lugar está identificado con una “Apacheta”, un conjunto de piedras que resguardan a los caminantes. Cada persona que llega, agrega una piedra para que su fuerza permanezca aún cuando se encuentre lejos. Después, los presentes toman contacto con el humo de un fuego a base de hierba, flores aromáticas, hojas de coca y otros elementos que simbolizan la fuerza de la tierra desparramada entre las personas.
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Con esto se busca que la Pacha acompañe a todos a través del fuego –que como el sol- manifiesta la fuerza creadora de la naturaleza. Después se comparte un almuerzo y se hace un acto de presencia hasta las últimas horas de la tarde. Incluso hay noches en que se acampa, como durante el “Inti Raymi” (la fiesta del sol, el 21 de junio) o celebraciones especiales, como la del “Día de los muertos” cada primero de noviembre.
Final abierto
En el caso puntual de Punta Canal/Querandíes, es la propiedad de la tierra una de los temas en disputa (ya que el lugar es un terreno fiscal por donde pasaba la extinta vía férrea que unía Dique Luján con Ingeniero Maschwitz) pero hay cientos de otros sitios que fueron destruidos o están próximos a serlo.
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Con respecto a la preservación, Loponte afirmó que “Lo ideal es que los sitios arqueológicos no se destruyan, pero la realidad es que todo no se puede preservar. En todo el mundo pasa el mismo dilema. Pero el ‘boom inmobiliario’ tiene que entender que hay registros preexistentes y están protegidos por la ley. No pueden ignorarlo”.
Y afirmó que “se tiene que controlar que todas las empresas, antes de construir, cumplan con el estudio de impacto arqueológico, que está contemplado en la Ley 25.743 (Protección del patrimonio arqueológico y paleontológico). Esto es obligatorio, como el estudio de impacto ambiental, y no lo puede hacer nadie salvo un arqueólogo profesional. Esta Ley es desconocida por grandes sectores del mundo empresario”.
21 de enero de 2010