Llegó el tan temido mes de diciembre. La prédica milenarista de corte apocalíptico se propagó a la velocidad del rayo durante todo el año, y el temor al día final llegó a instalarse como resultado de un formidable montaje discursivo. Las profecías del derrumbe fueron profusas y diversas. Del colapso energético al default, de la recesión irremediable al desborde social, del aislamiento internacional al resquebrajamiento institucional: todos fueron tópicos comunes a los discursos opositores que circularon con la complacencia casi unánime del espacio mediático. Finaliza 2009 y, lejos del escenario tremendista dibujado por agoreros y pesimistas impostados, tenemos la posibilidad de realizar el balance propio de esta época del año.
La crisis mundial más importante desde 1930 enmarcó el devenir político, económico y social del año. Fue en los albores de la crisis financiera con epicentro en los EEUU cuando comenzaron a brotar los pronósticos tremendistas que pusieron en duda la situación fiscal de la Argentina. Los fuertes vencimientos de deuda de 2009 motivaron interrogantes sobre la verdadera capacidad de pago de nuestro país. Fue entonces cuando los esbirros de la ortodoxia monetarista reaparecieron en la escena pública blandiendo el sonsonete de siempre: ajuste, contracción de la inversión pública, reducción de la obra pública, devaluación brusca y sin anestesia enmascarada con una pátina productivita... Lejos de ello, la Presidenta de la Nación impulsó políticas contracíclicas que reforzaron la presencia del Estado en la ciclópea tarea de defender el nivel de la actividad económica y con ello garantizar la permanencia de las fuentes laborales. Pasado lo peor de la crisis internacional podemos decir que el PBI no se derrumbó como algunos pronosticaron (o desearon), que los superávits gemelos no se destruyeron, que el trabajo no se pulverizó y que las reservas del Banco Central no se evaporaron. Lo fortuito poco tuvo que ver. Hubo audacia y voluntad de perseverar en la senda de la heterodoxia económica sin volver a la aplicación de viejas recetas ya fracasadas.
Esta situación de fortaleza macroeconómica disipó también los vaticinios cargados de desesperanza respecto del cuadro social y la gobernabilidad del país. En materia social pudimos plasmar un nuevo derecho: el derecho a la asignación universal a la niñez. Ello supone una formidable masa de recursos públicos puestos a atenuar el dolor social de situaciones todavía lacerantes que vienen como legado de décadas de desatinos y horrores económicos.
En materia institucional se mantuvo la iniciativa política que se tradujo en una participación cada vez más protagónica del Congreso de la Nación en el debate y definición de temas trascendentales para la ciudadanía. Lejos de la degradación institucional repetida infinitamente por una oposición anodina y gris, el Congreso viene ejerciendo una participación cada vez más creciente en los grandes temas del quehacer nacional.
No se trata de pasar ciegamente de pronósticos apocalípticos a discursos autocomplacientes y acríticos. Simplemente creemos que hay que hacer una justa ponderación de lo que nos pasa para evitar los bandazos que signaron doscientos años de historia. Sabemos que los profetas del desencanto pretenden atrasar las agujas del reloj de la historia para demorar los cambios que se vienen sucediendo en nuestro país. La generalización del pesimismo es el ariete del regreso de discursos y prácticas vetustas y perimidas. Los exabruptos de Biolcatti, las declaraciones de Abel Posse y las amenazas a la Presidenta en el helicóptero forman parte de un mismo cóctel de signo regresivo afincado en la añoranza de tiempos pretéritos ya superados por la ciudadanía.
El repaso de los pronósticos agoreros con lo que finalmente pasó no es un ejercicio vano ni fútil. Es una manera de ejercitar el pensamiento crítico para afirmarnos en los aciertos y, eventualmente, revisar los errores. En 2010 vamos a crecer a una tasa superior al 4%, con recuperación de puestos laborales y mejora de los indicadores sociales. Vamos a impulsar la reestructuración definitiva de la deuda de nuestro país, para salir definitivamente del default al que nos llevaron las malas políticas y los malos políticos.
Quedan pendientes reformas estructurales en el plano financiero (¿por qué no una nueva ley de entidades financieras?) y en materia de recuperación de algunas empresas públicas malvendidas por otras administraciones políticas. Por eso sabemos que el año entrante será un año de renovadas iniciativas políticas direccionadas en construir más ciudadanía, más igualdad social y más generación de riqueza con justa distribución entre todos los argentinos. Los dinosaurios del fracaso seguirán lanzando definiciones tremebundas cargadas de desazón y pesimismo. Nosotros seguiremos por la senda de las utopías que hoy se plasman en nuevas realizaciones, nuevas conquistas y nuevos derechos.