En esas catorce manzanas que Botana compró al ex presidente e íntimo amigo, Marcelo Torcuato de Alvear, para construir "Los Naranjos" y los sets de los Estudios de Cine Baires, se ofrecían cenas de gala, servidas en vajillas de plata mexicana: aún queda una ponchera y una fuente. Allí estuvieron, entre otros, Federico García Lorca, Rafael Alberti, María Teresa León, Alcalá Zamora, Arturo Alessandri, que fue presidente de Chile, después de una agitada campaña electoral que en parte financió Botana. Alessandri lo retribuyó con su amistad y el obsequio de unas tallas de toromiro y un pescado rongo-rongo de la Isla de Pascua que aún se conservan.
El poeta granadino García Lorca debió estar tres meses enyesado porque, estando en lo alto de la torre de agua de la gran piscina, cayó por la escalera de caracol. Era una noche estrellada, y García Lorca, enamorado su espítitu e inflamado su cuerpo, se había distraído inventándoles bellos versos a un espigado jovencito. El otro andaluz, Rafael Alberti, junto a su mujer María Teresa, también gozaron de la generosidad de Botana.
La pareja hacía colectas para los niños españoles exiliados en la Unión Soviética, después de la derrota de los republicanos por las fuerzas del franquismo. Según Tito, Alberti y María Teresa gastaban las contribuciones en vivir bien en la Argentina. Antes de que estallara la Guerra Civil española, Botana— que donaba fuertes sumas de dinero a la República—, viajó con su familia a Madrid, invitado de honor del presidente Manuel Azaña. Después estuvo con Miguel de Unamuno, en Salamanca, y fue recibido en el puerto de Vigo por toda la flota de pescadores que lo honraron poniéndole "Natalio Botana" y "Crítica" a dos callejuelas de la ciudad gallega.
Por la residencia de Don Torcuato también pasaron otros personajes, no menos ilustres pero más cuestionados, como el caudillo conservador bonaerense Alberto Barceló o el ex presidente radical Marcelo Torcuato de Alvear. Dicen que a Salvadora, Carlitos Gardel le cantaba en privado. Los Botana vivían como los millonarios finos y cultos que eran. Natalio era un lector fanático de Horacio, y su biblioteca estaba repleta de autores griegos y latinos.
Ya muerto Botana, y siendo Daniel Tinayre el director estrella de los Estudios Baires, Tito se encargaba de ordenar las cenas de etiqueta para todo el equipo de filmación. En una ocasión, Eva Duarte fue excluida del elenco por Tinayre. Al enterarse Tito, invitó personalmente a la que sería la primera— y única— gran dama argentina, y la sentó junto a él. Evita jamás olvidó este gesto, y cuando vivía con Perón en el departamento de la calle Posadas, Tito era un asiduo invitado de la pareja. Pero nunca aceptó los ofrecimientos para ejercer cargos públicos que le hizo el Presidente, que se desvivía por tener el apoyo de un diario popular como Crítica.
Al final, se acabaron las charlas sobre Maquiavelo, autor de cabecera de Perón. Y el general hizo intervenir el diario por su ministro de Información, Raúl Apold, y despojó a la familia Botana del edificio de la Avenida de Mayo al 1300, del de Salta, de toda la maquinaria, y nunca se hizo cargo del lucro cesante de sus trabajadores. Pero ésta es otra historia. Decía Tito que su padre siempre le auguraba: Algún día este país será gobernado por militares anónimos y oscuros.
Si París era una fiesta durante entre guerras, como describe Hemingway, el Buenos Aires nocturno tuvo sus dos décadas gloriosas, que se alimentaron con los redactores de Crítica: poetas y escritores como Nicolás Olivares, los hermanos González Tuñón, Conrado Nalé Roxlo, Roberto Arlt, Carlos de la Púa, Jorge Luis Borges, Ulises Petit de Murat, los hermnaos Martínez Cuitiño, Arturo Mom, Carlos Fait... Muchos de ellos se reunían en el Café Tortoni, y después se iban a divertir al Tabarís, tomando champagne con éter junto a las bailarinas de las revistas porteñas. El periodista Alberto Rudni, ya fallecido, recordaba que Botana había conocido a su padre, ministro de Lenin, en una gélida estación de tren de la estepa rusa. El funcionario bolchevique recaló en Crítica como redactor especial. En 1941 murió Natalio Botana. Ahí terminó Crítica.
Y al final le pusieron Karavan
Karavan surgió gracias a la generosidad de Natalio Botana, el fundador del diario Crítica, que se la regaló a su hijo Elvio por su casamiento en 1937. Ocupó parte del predio que Botana le había comprado a Alvear para erigir su residencia en Don Torcuato, que se llamaba Villa Los Granados y que sí fue expropiada por Perón y luego demolida.
En su momento, Karavan y Villa Los Granados fueron dos quintas extremadamente lujosas. Y ambas contaban con colecciones de animales exóticos, incluyendo un león cachorro, llamas, alpacas, ciervos, un cóndor y 48 clases de faisanes.
Pero una de las quintas se demolió y la que ocupa Menem guarda un triste recuerdo de su pasado esplendoroso. Por empezar, la avenida Alvear se convirtió en la ruta 202 y con ella llegaron los colectivos que perturban la tranquilidad del jardín donde el ex presidente se sienta a leer biografías de próceres históricos. Además, la zona no tiene agua corriente ni cloacas, lo cual ya generó inconvenientes en el inicio de la estada del ex mandatario.
Natalio "Punto" Botana -hijo de Elvio y nieto del fundador de Crítica- pasó sus primeros años en Karavan y todavía vive en Don Torcuato. "Está azorado por la cantidad de prensa que rodea a su antigua casa", comentan quienes lo frecuentan. Y no es el único vecino de la zona sorprendido por la fama adquirida por el barrio en estos últimos días.
Una lona verde la cubre ahora de las miradas indiscretas, pero la quinta de Don Torcuato donde Carlos Menem eligió pasar sus días de preso tuvo siempre debilidad por los misterios que rodean al poder.
El primero de ellos es a quién pertenece. Pese a que la habita desde hace más de 30 años, Armando Gostanian no declara a Karavan como propia. El dato surge de la declaración jurada de bienes que el amigo de Menem entregó al abandonar su cargo como titular de la Casa de Moneda. Allí blanqueó un patrimonio abultado, más de 11 millones de pesos, pero no figura la quinta. Tampoco está a nombre de su mujer, Susana Djebalian.
La indefinición sobre su propiedad se suma a la historia de intrigas que rodea a esta quinta de 6000 metros cuadrados que se construyó en terrenos comprados al ex presidente Marcelo T. de Alvear.