El periodista Jean Sasson, prensa de armas tomar ya que trabajó nada menos que 12 años como corresponsal en Medio Oriente, consiguió hablar con Najwa Ghanem, primera esposa de Osama Bin Laden, y producto de esas charlas saldrá a la venta el libro Growing up Bin Laden, algo así como “Convirtíéndose en Bin Laden”, que se publica el próximo día 27 en EEUU.
Esta biografía no autorizada del líder de Al Qaeda es consecuencia de que Ghanem y su hijo Omar son disidentes, pues se han alejado de la familia Laden. El libro mostrará, según aseguran, un Osama hijo de una mujer maltratada y de un hombre frío, bien conectado con la familia real saudí y muerto en accidente de avioneta a los 66 años, cuando Osama tenía 10.
De todos modos, el dato más inquietante que se dio a conocer sobre este relato es sin dudas el perfil macabro que se desliza en terrenos escabrosos de la mente de Bin Laden, con anécdotas que rozan lo morboso. Entre otros ejemplos, Ghanem cuenta que el líder antinorteamericano ordenó a sus hombres que liquidaran un pequeño mono que era la mascota de sus hijos porque “no era un mono, sino un judío transformado en mono por la mano de Dios”. Aunque se sospecha que lo dijo simplemente para librarse del animal y reírse un poco, muchos consideran que está loco y, además, es antisemita.
También cuenta la ex mujer de Bin Laden que “en otra ocasión, gaseó a una camada de cachorros de perro, propiedad, de nuevo, de sus hijos. Quería estudiar cómo agonizaban.”
La locura de Bin Laden
Prisionero en un gueto psíquico, el piadoso Osama culpaba a la madre del vacío; la hacía responsable de su orfandad. Según su hijo Omar, Al Qaeda nació en 1991, el día en que Osama contempló a una mujer estadounidense, soldado, en la tierra del profeta, con el M16 en bandolera... “¡Una mujer defendiendo a los árabes!”, dijo, y juró vengar la tierra ultrajada.
Diez años más tarde de aquella epifanía machista, Omar y su madre habían huido de Afganistán. Él en 2000, luego de convivir con Al Zawahiri -número 2 de Al Qaeda- y concluir que no quería seguir el destino paterno. Ella, dos días antes del 11-S, con el consentimiento de Osama pero sin el divorcio. Atrás quedaron algunos de sus hermanos/hijos, como Saad, responsable, entre otras masacres, del asesinato de 19 personas en una sinagoga de Túnez.
Osama llevó a su familia hacia el exilio sudanés, donde obligaba a sus hijos a dormir en agujeros cavados a mano en el desierto; más tarde, en las cuevas afganas, sin luz o agua corriente.
La niña que Osama Pervirtió
“No siempre fui su mujer”, exclama Najwa, consciente de que le dio 10 hijos a Bin Laden. “Una vez fui una niña con sueños infantiles”. Vivía en la ciudad siria de Latakia, en una tierra de olivos. Entre sus primeros recuerdos está la tarde en que uno de sus hermanos la martirizó con una serpiente de plástico. Najwa tenía fobia y sus gritos alertaron al padre. Su hermano, acreedor de una paliza, no se disculpó: “Najwa es una cobarde. Intentaba hacerla valiente”. “Si hubiéramos sido capaces de contemplar el futuro”, añade ella en el libro, “cuando las serpientes se convirtieron en visitantes rutinarios de nuestro hogar en las montañas de Afganistán, quizá le hubiera dado las gracias a mi hermano”.
Entre las confesiones de Najwa figura una extraordinaria: la constatación de que Bin Laden pisó suelo americano. Sucedió a finales de los 70. Osama había acudido a Los Angeles, a entrevistarse con su profesor y mentor Abdullah Azzam, que entonces predicaba la yihad en California. Esperando el vuelo de regreso un hombre la contemplaba flipado. Quizá no era tan frecuente encontrarse a mujeres tapadas en un aeropuerto americano, embalsamadas como momias bajo los velos negros: “Aquel tipo me miraba con la mandíbula abierta de par en par, parecía que los ojos se le iban a salir (...) Me pregunté que estaría pensando mi marido. Lo miré de reojo y comprobé que estaba estudiando al hombre intensamente”. ¿Y cómo fue el contacto con el país más corrupto, con la bestia de alma putrefacta que permite todas las blasfemias? “Mi marido y yo no odiamos América, pero tampoco nos enamoró”.
En 1992, el año en que se considera que Al Qaeda cometió su primer atentado (un hotel de Aden, dos muertos), la familia Bin Laden fue obligada a exiliarse a Sudán. Pagaban el enfrentamiento del patriarca con los reyes saudíes, su colaboración con el terrorismo bosnio. En Jartúm, Bin Laden desarrolló sus dos caras, la del fulano que amaba la BBC y cultivar su jardín, y la del pirado que vivía su sueño medieval, con el kalashnikov a cuestas, abanicado por delirios homicidas.
|
Consejero de fanáticos
Cuenta Najwa que, durante esos días, radicales de todo pelaje, asesinos con toga, hipnotizadores de adolescentes y adiestradores de suicidas “venían a pedirle consejo, a respirar su mismo aire”. Los subyugaba el suntuoso y magnético discurso, sus formas decididas. Para ilustrar su personalidad, Najwa relata que Osama, tuerto del ojo derecho desde la adolescencia, se ha entrenado para ser zurdo. Así ocultaba su discapacidad en un mundo ultramontano.
En 1996 Sudán aceptó expulsarlos. Viajaron a Afganistán. No es cierto que los protegiera el mulá Omar. De hecho, cuenta Najwa, los dos hombres tardaron varios años en hablarse, y las relaciones siempre fueron tensas. El jefe talibán, el cuatrero que huyó en motocicleta, temía que las potencias occidentales se hartaran de los malabarismos mortales de Osama.
Montaron su campamento en las montañas de Tora Bora. La cocina de Najwa era una bombona de gas portátil. Dormían en el suelo. Osama arengaba a sus hijos. Quería que fueran terroristas. Cantaba las virtudes del atentado suicida, los dorados corredores donde aguardan las huríes para los campeones del TNT. “Escuchad, hijos míos”, solía decirles, “hay una lista en la pared. Esta lista es para los buenos musulmanes, para los que se ofrecen voluntarios como terroristas suicidas”.
Repetía aquel mantra como un disco quebrado. Uno de sus hijos pequeños firmó. Osama sonrió. Cuando Omar, el hermano mayor, se enfadó, su padre le bajó los humos, le explicó que ellos, sus hijos, no ocupaban en su corazón “más espacio que ningún otro niño y hombre del país”.
Najwa no condena a su marido, al que no ha visto o con el que no ha hablado, jura, desde que dejó Afganistán en 2001.
Fuente: El Mundo