Francia parece ser el lugar a donde nunca vamos a llegar. Francia, al igual que el paraíso, se nos escapó sin haber sacado el pasaje. Con la primera mordida, con el primer enamoramiento se nos fugó el amor y, de todo eso quedó un candado que cruje. Una Familia. O al menos eso parece para Caetano.
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Milagros, la hija de Adrián Caetano, hace de una nena que se llama Mariana pero insiste en que quiere ser Gloria, poniendo en evidencia a un sistema de maestras y psicopedagoga autistas. Gloria no quiere escuchar a un mundo que no tiene oidos: “Una niña que se rebela todo el tiempo contra un sistema que no puede comprenderla. Una nena que cambia por la escuela pública con padres que terminan trabajando de obreros. El final es como ensueño peronista” definió Caetano.
Para destacar: conquista el personaje del psicólogo que, entre otros métodos rudimentarios (que no tienen nada que envidiarle al electroshock), posee una foto de Perón y Freudd y tiene el objetivo claro de ser psicólogo de la bonaerense y comer pizza. Pero las cosas, aunque lo parezcan, no son nada complicadas: Francia es una historia sencilla y luminosa. Los padres de Mariana –mamá mucama; papá metalúrgico– están separados, pero cuando él pierde el trabajo no hay más remedio que hacerle lugar en una pieza de la casa familiar: sobrevienen las discusiones y las peleas; un pequeño drama cotidiano que Mariana procesa rebelándose contra el mundo adulto.
Y si ese drama es solamente pequeño, lo es porque Francia nunca olvida –lo prueban los textos superpuestos a las imágenes, el uso de la pantalla dividida, una banda sonora lúdica y endiabladamente pegadiza– su espíritu infantil de juego y fantasía.