Un pastor se creía Cristo y abusaba de las mujeres

Le dicen "el gurú del infierno" y es discípulo del famoso pastor Giménez. Si las mujeres se negaban a tener sexo, las acusaba de "poseídas". Abandonó a su esposa cuando ésta enfermó gravemente, después de pegarle y maltratarla. La increíble historia del predicador que esclavizó a sus fieles.

“Ustedes deben hacer lo que yo les digo. Recuerden que la Biblia dice que deben honrar a las autoridades puestas por Dios. Y a mi me puso Dios. A ustedes mujeres, obedezcan a sus maridos y sujétense a él, como Cristo a su iglesia. Obedezcan y tengan cuidado con el juicio de Dios”.

Era una noche como cualquier otra en la congregación evangélica que dirigía el pastor Daniel G. en Francisco Álvarez. No era una iglesia electrónica. Menos rica y multitudinaria como las de Hollywood. Al contrario, algunas paredes eran de madera y los pisos de cemento todavía estaban frescos, recién hechos por ellos mismos.

Todo funcionaba bastante bien: la hermandad crecía y era consecuente con las reuniones de los jueves, sábados y domingos. No había un concierto de Gospel, pero la banda de música sonaba con dignidad. Se ayudaban entre ellos y las 20 familias que iban a las reuniones tenían motivos para alegrarse.

Algunos de los jóvenes habían dejado la droga. Otros cambiaban la bebida por la adicción a la iglesia “que es mucho mejor que salir a robar”, confesó Juana feliz porque su único hijo “se había rescatado del paco”. Todo funcionaba bastante bien, excepto por el pastor.

Este predicador está acusado en la justicia de “maltrato físico y psicológico”. Está a punto de perder la tenencia de sus hijas e incluso puede ser acusado de la muerte de su esposa. En la causa judicial las hijas declaran que “cuando a su madre (la esposa del pastor) le detectaron una enfermedad terminal, su progenitor (el pastor) continuó golpeándola y luego la echó de la casa”. Sus hijas también testificaron que “a su madre y a ellas les daba golpes con el puño, patadas y también con objetos contundentes”.

En otro párrafo dice que “el señor G. (les prohibía a sus hijas) mirar televisión, frecuentar la casa de alguna compañera del colegio, conversar con algún chico en la calle, prohibición de mantener contacto con jóvenes de sus edad, salvo que concurrieran a la iglesia que él dirigía”. Incluso “no las dejaba visitar a su progenitora en el hospital y ante cualquier insinuación de querer verla recibían una golpiza”. Antes de golpear, el apóstol de la violencia les había prohibido a sus hijas “tener actitudes de cuidado hacia su imagen, tales como: teñirse el cabello, pintarse las uñas, utilizar maquillaje. Acciones que el consideraba pecaminosas y bajo la influencia del demonio”. Así lo detallan en el juzgado.

Daniel G. se formó como discípulo en la iglesia del polémico pastor Giménez. Alguna vez, trabajando en el programa PuntoDoc, investigamos al mediático pastor por varios meses. Sus multitudinarias reuniones mostraban el poder recaudatorio en su local de la avenida Rivadavia. Siempre tenía un argumento: “son las 7; este domingo es 7, del mes 7 por lo que les pido que su ofrenda sea multiplicada por 7, el número de Dios. Por 70 veces siete”, agregó con euforia, por si quedaban dudas, el carismático predicador divorciado de su esposa, después que lo descubriera con su secretaria. Giménez rebalsado de poder se jactaba de “haber salido de las drogas” y fue, alguna vez, el pastor más famoso de la Argentina. Aquel domingo 7, la gente hacía cola para donar dinero; entre ellos recuerdo a una viejita que se sacó el oro de sus cadenitas y lo puso en las canastas de la ofrenda.

En medio de esa voracidad de culto electrónico nacional y popular, se había formado el pastor Daniel. Antes había “sido barrabrava de Racing y también había tenido problemas con las drogas”. Al igual que Giménez se lo conocía por “sus problemas de conducta y sus relaciones con grupos marginales y  violentos”. Y de discípulo pasó a maestro y levantó la cortina de su propia iglesia. Cada chapa, pared y hasta el piso fueron levantados por el grupo que creyó en este nuevo mesías del conurbano. No era ningún milagro. “Daniel tenía un carácter duro y era muy severo con su esposa y sus dos hijas adolescentes, pero nadie lo había acusado de golpeador”, recuerda un testigo.

El cambio sobrevino con la suma del poder al mando de su pyme evangélica. Tenía ascendencia sobre la gente que convocaba y había aprendido del carisma de Giménez. El rebaño lo seguía por sus elocuentes predicaciones y de a poco fue sintiéndose más admirado por sus feligreses, especialmente por las mujeres. Organizó todo tipo de reuniones para contener a su membresía: reuniones de jóvenes, de matrimonios, de la tercera edad. Tenía líderes que conducían sus poliactividades, pero Daniel no se perdía la reunión de solos y solas. Ahí predicaba y se quedaba varias horas charlando con alguna. Llegaba tarde a su casa. Se enojaba si no tenía la comida servida y pedía cuentas a “su esposa sumisa que tenía que tratarlo como a un rey”. Empezó a sentir que tenía un séquito de servidumbre y su impunidad lo hicieron desbordar. La causa judicial dice que “el señor G. se sentía para entonces un Apóstol de Jesús”. Y para demostrarlo “le decía a su cónyuge que tenía que lavarle los pies en señal de humillación ante Cristo que era representado por el marido (es decir Daniel) quien era cabeza del hogar”.

Cuándo algunos de sus miembros descubrían su mal carácter y renunciaban a la congregación, el pastor le echaba la culpaba a su mujer y sus hijas. Varios de los que renunciaron se transformaron en piezas claves del expediente judicial. Como testigos declararon que “Daniel tenía una actitud demasiado machista porque le decía a su esposa que si no mantenía relaciones sexuales con él tenía que echarla de su casa”. Según se señala en la causa, había “influido en la separación” de varios matrimonios porque las mujeres se resistían a la humillación. Así, cada tanto empezó a desquitarse con algún cachetazo con su esposa y sus hijas. Y las trataba de “endemoniadas si ellas se cortaban el pelo, se pintaban o usaban pantalones”. Y también llamaba “poseídas” a las mujeres que se resistían a tener relaciones sexuales con el marido cotidianamente. A varios miembros le decía que “no gastara plata en comprar ropa a sus hijos” si no cumple con la iglesia. La locura se apoderaron del pastor Daniel y el maltrato no paró hasta que su esposa murió. Antes había preanunciado la muerte del hijo de uno de una pareja que concurría a la Iglesia quienes también se transformaron en testigos de la causa.

María Belén y Walter habían recibido con sorpresa en plena gestación, la noticia del pastor quien les dijo que “había tenido una visión mística de que ese niño no sobreviviría”. Y así fue: el recién nacido murió a los dos días de nacer por una cardiopatía severa”. Todo empezó a salirse del control. Recién en ese momento se supo que el pastor Gallo estaba saliendo con “una mujer mucho más joven que él de la iglesia”. Sus hijas, al principio lo defendían. Pero a la muerte de su madre, que estaba embarazada y recibía los golpes del pastor, decidieron denunciarlo a la justicia: “las jóvenes manifestaron que luego del fallecimiento de su madre tomaron la decisión de irse dado que temían por su vida”.

(Continuará)
Periodista. Cronista del Programa GPS. Especial para 24CON
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