Su hijo murió en Viejas Locas, perdió su trabajo y ahora vende panchos

Lo echaron de la línea 132 de colectivos "por pelear por los Derechos Humanos". Ahora vende comida rápida frente a un boliche en La Matanza. "A mí ya no me tumba nada", dijo a 24CON.

 

El banner está tieso en una esquina cuando dos jóvenes ataviados para la pachanga interrumpen su peregrinación bolichera. Se paran enfrente, lo tocan, se persignan y le encomiendan a una silueta borrosa que los proteja de la “yuta”. Luego murmuran dos palabras, se acomodan la gorra y siguen camino hacia el Conurbano profundo. Detrás los protege la imagen de Rubén Carballo, el santo de los pibes víctimas de gatillo fácil.


Rubén (18) era fanático de Viejas Locas y murió por asistir al último show que la banda dio en Vélez el 14 de noviembre de 2009. Después de los disturbios generados en la puerta del estadio, el chico apareció inconsciente y con politraumatismos. Unos dicen que fue producto de una paliza propinada por la Federal; los uniformados afirman que el pibe tuvo un accidente. El vuelto quedó en el seno familiar, donde la tristeza y la injusticia se licuaron en luto y desempleo.


“Me echaron del trabajo a los pocos meses de la muerte de mi hijo”, revela a 24CON Rubén Carballo padre. El ahora titular de la ONG Comisión Contra la Impunidad y la Seguridad (CONIS), organismo que fundó para buscar justicia y ayudar a familiares en sus mismas condiciones, era chofer de la línea 132 hasta que comenzó el calvario y todo cambió.


Camisa celeste, percha y delantal. Tras la muerte de su hijo, la empresa Nuevos Rumbos “me dio un plazo indefinido para volver a trabajar y decidí volver rápido –continúa Carballo- pero después de una serie de denuncias por la causa de Rubencito me echaron”.


El hombre adjudica el despido a su nueva condición de “luchador activo por los Derechos Humanos”. Con el dinero de la indemnización, sumado a los $220 mil que descargó a su favor Fénix (la organizadora del show donde el pibe quedó moribundo), Rubén se vio obligado a buscar una vuelta para sobrevivir.


Le dio la mitad de todo a su ex esposa y madre del chico, Alicia Ortíz. Cambió su histórica camisa celeste por un delantal engrasado y se armó un carrito de chapa. Ahora todos los fines de semana planta bandera frente a las puertas de Complejo Grinch, en la esquina de la calle San Martín y Monseñor Bufano (Camino de Cintura), la disco más popular de La Matanza. Vende panchos, hamburguesas y gaseosas. Es el puesto callejero “del recuerdo”.


Fiebre de sábado. Con la térmica por el suelo y un fin de semana que empezó gasolero, Rubén apareció con su Chevrolet Apache 1960 media destartalada. Enganchado a la caja estaba el puesto y a su lado venía una empleada que lo ayuda en la venta callejera. Dos años atrás, quien suscribe había intervenido en la reconstrucción del caso y el aventón, también piloteado por Carballo, había sido a bordo de su Renault Laguna 2000. La contradicción tiene sentido: Rubén tuvo que vender al auto para “morfar”, como él mismo afirma.


De jueves a domingo, el titular de CONIS descarga un enorme banner que recuerda a su hijo. Lo ata a la Apache. A los pocos minutos, los primeros clientes se acercan y bendicen al cartel antes de comenzar la noche. Se protegen por "el ángel guardián" una vez que larga la milonga. Rubén levanta la ventana del puesto y hace entre $500 y $800 en sándwiches al paso.


“Depende el día –cuenta- porque los viernes y sábados siempre hay más gente”. Aunque no lo hace sólo por el dinero. “Mi presencia en la puerta de un boliche tiene que ver con la concientización, yo cuido a los chicos que vienen acá”, asegura y agrega: “Los patovicas ya me conocen y les advertí que no quería verlos agredir a nadie, y me respetan”. Tanto es así que los mastodontes se juntan a comer en la garita una vez terminada la agitada velada.


Con el resto de la indemnización, Carballo construyó dos pequeños locales en la puerta de su casa de Virrey del Pino y planea armar dos puestos más. “Quiero darle laburo a la gente y tratar de llegar con este mensaje a todos”, dice.


Dos años, seis fiscales, nadie preso.  Al igual que el bolsillo de Rubén, la causa judicial también fue presa de un dilatado proceso de incertidumbre. Desde que comenzó, pasaron seis fiscales por la subrogante Nº2. Sin ningún imputado y en plena investigación, Gendarmería solicitó la intervención de un perito legista en la etapa de las escuchas de los radios policiales. Donde, según fuentes oficiales, habría un diálogo entre dos agentes sobre “un pibe que fue arrastrado” por debajo de la autopista.

 

Un dato que podría dar el giro que la familia de Rubén está esperando.

 

Final del camino. Los pibes que se persignaban frente al altar del joven vuelven. Piden una hamburguesa completa y una ventisca revienta contra el puesto. El portón por donde Rubén expende rechina pero no se cae. "Vez -indica- a mi ya no me tumba nada".

 

06 de septiembre de 2011

 

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