La sangrienta historia de Pelotín, el asesino del abogado

Tiene 21 años y se crió en una villa de Vicente López. Fue quien mató a Maximiliano Robak según su propia novia, testigo del hecho. Los trasfondos de una vida marcada por la violencia.

Por Sebastián Hacher para Miradas al SUR /La foto de tapa es de carácter ilustrativo

De chico, Ariel Ponce era un pibe de pómulos colorados, como si fuese víctima de un acaloramiento contínuo. Esa cualidad le había legado un sobrenombre: Pelotín, como ese muñeco de cabeza tan redonda como sus rasgos infantiles. Ya de adolescente, con el rostro más enflaquecido, Ponce quería que lo llamasen de otra forma. Y a veces parecía estar a punto lograrlo: algunos empezaban a conocerlo como El Loco Tira Tiros, mote que le daba cierto prestigio entre sus pares y un aura de peligrosidad entre sus enemigos.


 

Pelotin, acusado de asesinato.

Pelotín nació hace 21 años en Villa las Flores, partido de Vicente López. Sobre la calle Melo, en uno de los bordes del barrio, las casas estilo plan de vivienda ocultan la fisonomía de una de las villas más antiguas de la zona. Casi en el centro de la fila de departamentos está la entrada principal al barrio: el pasillo ancho. Para llegar hasta allí  hay que atravesar el plan de viviendas, cruzar la remisería que funciona en una casa demolida y meterse en un pasillo en el que apenas pueden pasar dos personas por vez.  Después de sortear todo eso, el pasillo ancho le hace honor a su nombre y deja ver la fisonomía de la villa. Ahí, a metros de la entrada, Pelotín y otros adolescentes suelen juntarse a matar el tiempo con un porro o una cerveza.

A ese sector del barrio, varios vecinos también lo conocen como el pasillo de la muerte. No hay una sola versión sobre el origen del sobrenombre del lugar. Algunos dicen que se debe a sus entradas estrechas, ideales para quién quiera refugiarse y trampa mortal si uno pretende escapar. De hecho, durante el auge de los secuestros express, en algunos ranchos de ese pasillo se alojaron varios secuestrados. Allí, por ejemplo, estuvo cautiva la cuñada de Bernardo Neustad.

Pocos años atrás, allí casi nadie había oído hablar de Pelotín. Su primera caída estuvo exenta de épica chorra: lo agarraron cuando intentaba robar un negocio armado con un destornillador. Como no tenía antecedentes, fue a juicio abreviado, le dieron dos años y ocho meses en suspenso y salió en libertad. Para aquel entonces, tenía 18 años y los vecinos ya sabían algo de él. Lo habían conocido durante un viaje al interior del país con otra gente del barrio. En el camino, Pelotín había armado un escándalo porque decía que le habían robado el celular mientras dormía, y quería parar el micro para revisar bolso por bolso hasta encontrarlo. Algunos de los pasajeros se dieron cuenta de sus verdaderas intenciones, y amenazaron con abandonarlo en la ruta si no se calmaba. Desde aquel día lo empezaron a conocer.

En el barrio Las Flores viven unas 1.500 familias, la mayoría de ellas argentinas y paraguayas. Los jóvenes de entre 13 y 18 años no tienen ningún tipo de actividad extra escolar. La generación de Pelotín es una de las más golpeadas: entró a la adolescencia en los años posteriores a la crisis del 2001, en las peores condiciones posibles: sin hambre, pero sin proyectos de vida. A falta de salidas claras, para muchos jóvenes la idea de ver quién es mejor ladrón es el motor para encarar el día a día. En el caso de Pelotín, eso se dirimía en el pasillo. Salir a robar y volver para contárselo a todos era la forma de hacerse un nombre.

El crimen. El lunes por la noche discutió con su novia, una chica de 18 años embarazada de cinco
meses. Al parecer, la mujer le había encontrado droga en la habitación y la había hecho desaparecer. En el barrio todos sabían lo que pasaba cuando empezaban esas peleas: el pibe le pegaba y luego se iba disparando al aire. Los familiares de la chica –que aportaron datos a la causa– le tenían miedo. “Los padres de Pelotín –contó un vecino a Miradas al Sur– son gente trabajadora. Ella limpia casas y él es metalúrgico. Se mudaron a Del Viso porque no soportaban más lo que hacía su hijo. Pero el pibe y el resto de la familia es gente pesada. Nadie se anima a meterse con ellos.”
Robak, asesinado hace una semana.

Esa noche, después de tirotear la casa de su novia, los vecinos lo vieron salir por la parte estrecha del  pasillo ancho, tomar un remis y alejarse con rumbo incierto. La conductora del auto, Verónica Torres, luego sería detenida por encubrimiento y negaría haber hecho el viaje que terminó con la muerte del abogado. En Villa las Flores, sin embargo, muchos opinan lo contrario. “Ella –dice el mismo vecino– se dedicaba a eso. Es común que muchos remiseros se asocien con los pibes que salen a robar. A la vuelta siempre les pagan un porcentaje de las ganancias.”

Casi a la misma hora, el abogado Maximiliano Robak llevaba a su novia en auto hasta Vicente Lopez. En su corta carrera judicial, Robak había trabajado de meritorio en un juzgado y en un estudio jurídico grande, al que renunció  para empezar su propio emprendimiento. Le gustaba la comida étnica, se quería especializar en derecho penal tributario y era malo para contar chistes. Por las noches, no dejaba que ni su socia ni su novia volviesen solas a sus casas. Prefería acercarlas al volante de su 206.

Los destinos de Robak y Pelotín se cruzaron poco después de las 22 horas. Según declararía más tarde la novia del abogado, estaban por estacionar cuando Maximiliano vio que el otro se acercaba. “Este nos va a robar”, dijo. Esas fueron sus últimas palabras. Puso marcha atrás y enseguida se escuchó el disparo. El auto chocó contra una casa, la chica se tiró del auto y corrió para pedir ayuda. Pero ya era tarde. La bala había alcanzado a Maximiliano en el tórax, muy cerca del corazón.

La noticia llegó a prensa cerca de la medianoche. En el barrio las Flores –rebautizado Villa Melo por los medios– la versión de Pelotín se sabía desde antes. “Fui a robar, –fanfarronéo con sus amigos– el tipo me quiso atropellar y lo maté.” Como el prestigio que pensaba ganar era inversamente proporcional a la posible pena del delito, Pelotín contó lo mismo una y otra vez, para que todos sepan. Tanto, que hasta llegó a oidos de la Bonaerense. El martes, como cada vez que hay un delito resonante en la zona, la policía estaba por hacer razzias en el barrio Las Flores y en Borges. Pero no hizo falta: el asesino era tan discreto como una ballena en una bañadera.

Antecedente. Algunos dicen que el lugar donde paraba Pelotín es llamado el pasillo de la muerte por otros motivos. Allí, cuentan, suelen aparecer los cádaveres después de los enfrentamientos entre bandas. No hay un registro claro sobre cuando empezó la costumbre. Algunos años atrás, por ejemplo, el paco amenazó con entrar a la villa, y  los pibes más viejos se aliaron con los dealers de cocaína para impedirlo. La mujer que tenía el proyecto de vender amaneció con el cadáver de su hijo mayor en el patio. Más tarde, mientras lo velaban, las mismas manos anónimas le prendieron fuego el rancho.

Pelotín no era ajeno a ese tipo de disputas. Dos años atrás, varios vecinos lo señalaron como el asesino de una mujer, también por una pelea entre bandas. Nadie quiere recordar los motivos, pero la secuencia de los disparos quedó grabada en la memoria colectiva.  Una mujer había matado a un compañero de Pelotín, y este quedó a cargo de cometer la venganza. “Muchas veces –explica un vecino– se resuelve así. Vos me matás a alguien cercano y yo me vengo con alguien cercano a vos: un hijo, un primo, lo que sea.”

La víctima elegida tenía 32 años, vivía de un plan trabajar y era madre soltera. Dicen que Pelotín la asesinó a sangre fría, pero que el crimen nunca fue investigado. Ni siquiera tuvo entidad suficiente como para ganarse unas líneas en los medios de comunicación.
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