Historia de la violencia en fútbol inglés, argentino y su expansión por Europa y Latinoamérica

Hooligans, ultras, barrabravas y barristas, todos tienen algo en común: violencia, muertes e impunidad.

Por Jonathan Raed

La violencia en el fútbol lejos está de ser novedad. De hecho, desde el propio surgimiento de este deporte la violencia lo acompañó. En la Inglaterra del siglo XIII, los partidos involucraban a cientos de jugadores y se convertían en campos de batalla donde se enfrentaban los pueblos rivales.


En 1898 apareció por primera vez la palabra Hooligan, en un informe policial que describió una pelea entre dos bandos. Una teoría sostiene que uno de los involucrados se apellidaba Hooligan. Catorce años más tarde, en 1912, se registró la primera batalla entre hinchas de fútbol, en un partido entre Manchester United y Liverpool.

 

Pero no fue hasta los años 60 que los hooligans tomaron identidad. Eran los hinchas más fervorosos. Cerveza en mano, buscaban pelea con propios y, sobre todo, extraños. El campo de batalla eran las inmediaciones del estadio o el propio estadio. Antes, durante y después del partido. Poco a poco fueron creciendo y en los 80 alcanzaron su pico máximo de popularidad, barbarie e impunidad. Hasta llegaron a recibir dinero por parte de las instituciones para costear sus gastos de viaje e ingreso a los estadios.


Por esos tiempos, ser hooligan se convirtió en una moda, sobre todo para hombres jóvenes. Los puntos en común descritos por el periodista estadounidense Bill Bufford en su libro "Entre vándalos" son "la cerveza, la Reina, Thatcher, ir a Europa y ellos mismos".


El punto "ir a Europa" no es un detalle. Los hooligans se potenciaban en los partidos internacionales. Sobre todo, por la Champions League. De hecho, el principio del fin hooligan fue la final de la Champions de 1985, que enfrentó a Juventus y Liverpool, en Heysel, Bélgica.


La tragedia de Heysel
El fenómeno hooligan no solo se había popularizado en Inglaterra, sino también en gran parte de Europa, sobre todo en Italia, donde nacieron los "ultras" (hooligans italianos cuya ideología está más vinculada a la política, con extremistas de izquierda y derecha, dependiendo el club al que siguen). En la final de la Champions League (por entonces Copa de Europa) de 1984 entre Liverpool y Roma, disputada en Roma, los "ultras" aprovecharon la localía y apalearon a los hooligans.


Para la final del mismo certamen en 1985, Juventus y Liverpool se vieron las caras en Heysel, Bélgica. Los hooligans fueron a buscar su venganza contra los ultras, hecho también promovido por los medios sensacionalistas ingleses.


Tragedia de Heysel.

Una vez en el estadio, una hora antes del partido, los hooligans comenzaron a agredir con elementos contundentes y a presionar a empujones a la parcialidad de Juventus, ubicada en la tribuna contigua.

 

Esto produjo un retroceso masivo de los tifosi (aficionados italianos), quienes aplastaron a un centenar de personas contra los muros del fondo y las rudimentarias vallas de seguridad. Los accesos al estadio estaban cerrados para impedir el ingreso de ultras que habían quedado afuera, por lo cual tampoco pudieron salir quienes estaban dentro.


El caos fue total y el saldo de 39 muertos y centenares de heridos. El partido se jugó de todas formas, con los cuerpos de las víctimas a un costado del campo.


Tal fue el repudio de todo el mundo ante semejante espectáculo, que la UEFA decidió suspender al fútbol inglés con cinco años sin participación en torneos internacionales. Para Liverpool dicha prohibición fue de diez años, después reducida a seis.


Efecto Heysel y tragedia de Hillsbrough
Los hooligans dejaron de ser "cool". En tanto, la imposibilidad de participar en los torneos más importantes de Europa, dejó al fútbol inglés de rodillas. Los aficionados comenzaron a alejarse, los ingresos por parte de anunciantes y TV se redujeron drásticamente, los grandes jugadores y entrenadores optaron por emigrar a otras ligas que les permitan jugar torneos internacionales, por cuestiones de prestigio y dinero. Asimismo, las figuras mundiales no elegían el fútbol inglés para continuar sus carreras.

 

Tragedia de Hillsbrough.

Pero no fue hasta 1989 que el Estado decidió tomar partido de manera contundente. En Hillsbrough, Sheffield, se disputó la semifinal de FA Cup entre Liverpool y Nottingham Forest. Una avalancha determinó la muerte de 94 personas, todas hinchas de Liverpool.


Si bien el hecho no estuvo ligado directamente a los hooligans, Margaret Thatcher agotó su paciencia y, luego de un año de estudio, lanzó en 1990 el "Informe Taylor" y el "Football Spectators Act".


Estos proyectos son un compendio de medidas de prevención, ligadas a la infraestructura de los estadios y mecanismos de seguridad como la implementación de butacas individuales, la eliminación de vallas de seguridad alambradas, se mejoraron los accesos para evacuar rápidamente el estadio en caso de emergencia, se priorizaron las ventas de abonos de temporada y se instalaron cámaras de video; entre otras medidas. Además, también se aplicó el derecho de admisión, con penas muy duras y mucho poder a la policía.


Los hooligans no desaparecieron por completo, pero están por demás relegados tanto dentro del fútbol como fuera de las canchas. De la misma forma, en el resto de Europa los ultras corren con la misma suerte. Aunque vale remarcar que en Italia, al estar tan vinculados a posiciones políticas radicales, los ultras cuentan con favores políticos y operan para ellos.


Origen y apogeo de las barrabravas
En nuestro continente, el fenómeno hooligan adoptó el nombre de barrabravas y se inició en nuestra querida Argentina, en la década del 20. Más tarde, se diseminó por toda América Latina.


En sus inicios, el barra argentino era un personaje pintoresco para el resto de la sociedad. De mucho fervor y pasión por su club, no dudaba en utilizar la violencia ante sus pares de otros clubes, pero sin llegar casi nunca a extremos lamentables.


Esta aceptación inocente del "atorrante incorregible" lo legitimó, pese a las 12 muertes relacionadas con barras entre 1924 y 1957. Con el correr de los años, los barras comenzaron a instalarse en los clubes, recibir dinero para costear sus viajes y entradas, y amenazar a árbitros y jugadores del equipo rival cuando jugaban en su estadio. Asimismo, crecía el número de víctimas fatales, ya que entre 1958 y 1985 se registraron 109 muertes, según relevó Amílcar Romero en su libro "Muerte en la cancha".


A partir de la década del 80 se acentuó su ascenso nefasto. El barra advirtió que podía pedir más de lo que necesitaba y que hasta podía exigir y extorsionar. Trascendió los límites dirigenciales y trasladó sus exigencias a los jugadores. Afianzó su poder, e incrementó su popularidad y número de seguidores. Todo en las sombras.


El ascenso más vertiginoso del barra tuvo lugar en la década del 90. Comenzaron a registrarse numerosas muertes en enfrentamientos entre bandos: más del 46% de las muertes totales en nuestro fútbol desde 1967 hasta 2008 se produjeron en los 90 (67 de 144); según un relevamiento de la ONG "Salvemos al fútbol".


La figura del barra pasó de ser la de un "atorrante incorregible" a asemejarse más a la de un gangster italoamericano. Su organización, de la misma forma, cada vez más similar a la de la Cosa Nostra, con capos, tenientes y soldados que responden a un mensaje unidireccional y verticalista. Sus intereses comenzaron a incluir cuestiones externas al fútbol y llegaron hasta involucrarse de lleno en la política.


De manera sorprendente (o no tanto), su popularidad también creció y en las tribunas los hinchas ajenos a la barra comenzaron a pedirles autógrafos y fotografiarse, cual si se tratara de una celebridad del fútbol.

 

Mauro Martín, jefe de la barrabrava de Boca.

Hoy en día, como es de público conocimiento, los barras obtienen pilas de entradas para revender, tienen la "concesión" de los "estacionamientos" por medio de barras disfrazados de trapitos, libertad de acción para la venta de drogas dentro del estadio, porcentajes en los pases de los jugadores, intervención en distintos negocios del club y hasta "sueldos" de decenas de miles de pesos. Fuera de la cancha, también ofician de guardaespaldas de jugadores y de brazo de fuerza de organizaciones sindicales y partidos políticos de todos los colores.


No conformes, también se organizaron legalmente a través de la ONG "Hinchadas Unidas Argentinas", donde se nuclean barras de todo el país y trasladan sus exigencias a la Asociación del Fútbol Argentino. Las mismas incluyen dinero, pasajes, entradas y otras yerbas para los eventos organizados por Conmebol y FIFA a los cuales asiste la selección argentina.


Hasta 2010 el número estimativo de muertes en el fútbol vinculadas a las barrabravas es 250, según la ONG "Salvemos al fútbol". En tanto, hasta el año 2000, solo 16 casos terminaron con condenas repartidas entre 33 personas, según el artículo "El fantasma de la impunidad", del diario Clarín.


Propagación por América Latina
Fue en la década del 90 que los demás países de Latinoamérica comenzaron a copiar a los barrabravas. Así, el fenómeno fue copiado en países como Colombia, Chile, Bolivia, Perú, Paraguay, Brasil, Uruguay, Ecuador, Venezuela, Honduras, Guatemala, Costa Rica y México; donde adquirieron notoriedad, se desarrollaron y ahora gozan de estructuras y beneficios similares a sus mentores argentinos.


Cuando se habla de mentores no es en sentido figurado. Desde la ONG "Hinchadas Unidas Argentinas" los barras se organizan para viajar a distintos países de Latinoamérica con el fin de brindar conocimientos a sus pares de los países hermanos, en una suerte de seminarios nefastos y bochornosos, por los cuales cobran dinero; por supuesto.


"El modelo estético y el referente más claro que se toma del "barrismo" aquí en Colombia fueron las barras argentinas. Ése fue el ejemplo a seguir, tanto por la estética como por los cánticos", explicó en alguna oportunidad a BBC Mundo Pipe Garcés, ministro de Desarrollo de la Barra Barón Rojo Sur de Cali.

 

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¿Es posible eliminar a las barras del fútbol argentino?
Para responder esta pregunta, 24CON se comunicó con el antropólogo José Garriga, especialista en este fenómeno que en nuestro país ya corbó más de 250 vidas. El precedente en Inglaterra.

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