Revista Veintitrés

El italiano que contamina Luján se denomina "ecologista"

Un empresario italiano “ecologista”, acusado de contaminar: el bon vivant tiene la quinta curtiembre del país. En Italia, dice apostar por el medio ambiente. En Luján, tiene una denuncia penal y los vecinos hablan de “olor a Curtarsa”.

Por Tomás Eliaschev

En Italia se muestra como un empresario preocupado por la ecología. Cuando la prensa de ese país refleja sus negocios, remarca que “ahora las pieles apuestan por el medio ambiente”, tal como tituló el diario La Repubblica. Attilio D’Apolito es un empresario exitoso: dueño del emporio Italian Leather Group, que fabrica y comercializa cuero para tapicería y autos en todo el mundo, tiene fábricas en Alemania, Italia, Estados Unidos y la Argentina, donde es el quinto exportador del rubro.

D’Apolito llegó hace 16 años al pueblo de Jáuregui, partido de Luján. Aquí, su firma se llama Curtarsa. Y es donde su imagen ecologista se hace añicos. Hace décadas que los vecinos se quejan por los olores y por la contaminación que, denuncian, produce enfermedades. En los últimos días, el conflicto llegó a su punto de máxima tensión. El municipio se puso al frente del reclamo al denunciar penalmente a D’Apolito y a otros dos miembros del directorio. Los vecinos desconfían del ente provincial encargado de monitorear que la fábrica no contamine. Y planean movilizarse para hacer escuchar su voz con medidas cada vez más contundentes.

D’Apolito evita el contacto con los medios. Tampoco le gusta ser fotografiado. Sin embargo, según se puede apreciar en su perfil público de Facebook, es un bon vivant, con múltiples amistades a lo largo del mundo, afecto a las embarcaciones y “amante de las mujeres ucranianas y rusas”, además de adorador de Bora Bora. Seguramente, la paradisíaca isla polinesia no tiene el mismo olor nauseabundo que se puede sentir en las inmediaciones de su planta industrial. El hedor es inocultable, tal como constató Veintitrés en una recorrida por la zona.

Los vecinos hablan de “olor a Curtarsa” y suele comparárselo con el del huevo podrido. “El tema es cáustico: si ustedes miran de arriba Jáuregui, van a ver todos los techos marrones, oxidados. Lo mismo pasa con el bronce del cementerio. Esto es lo que se respira. Produce irritación en la vista. La gente se siente mal. Los olores comienzan a sentirse a la noche, entran a las casas y se quedan con nosotros hasta mitad de la mañana”, se queja Domingo Telechea, restaurador de obras de arte.

El profesor de remo del Club Náutico “El Timón”, Jorge Torelli, añora el pasado y se plantea preguntas para el futuro: “Cuando empecé a remar, nadie iba a la pileta, todos al río. Pero eso no va a volver. Hasta se formó un barro distinto, duro y oscuro. En la mano te queda como si fuera carbón, te enjuagás y no sale. Cada tanto, en el agua viene algo que mata todos los peces. Antes podías encontrar ostras. Ahora, si pescás algo, no lo podés comer. Hay días en que te arde la vista. Me pregunto qué va a pasar con los pibes, cuando tengan 30 años”.

Como fábrica de tercera categoría –peligrosa, porque “su funcionamiento constituye un riesgo para la seguridad, salubridad e higiene de la población”–, Curtarsa precisa un certificado de aptitud ambiental que otorga el Organismo Provincial de Desarrollo Sustentable (OPDS), pero lo tiene vencido desde noviembre pasado. Ese mes, la intendenta de Luján, Graciela Rosso, presentó una denuncia penal contra Curtarsa en la Unidad Fiscal para la Investigación de delitos contra el Medio Ambiente “por presuntos daños a la salud y el ambiente”. Como responsables, señaló a D’Apolito, Carlos Bergamasco, director técnico, y Raúl Horacio Sánchez, responsable de gestión ambiental. Entre octubre y enero, la fábrica estuvo clausurada porque se descubrió que tenían un sedimentador al aire libre, algo prohibido que incrementaba notablemente el olor repulsivo al emitir ácido sulfhídrico.

Paralelamente a la denuncia, comerciantes e instituciones de Luján anticiparon “una lucha sin cuartel contra la curtiembre”. Como muestra del estado de ánimo del pueblo, el equipo de fútbol del Club Luján, que juega en la Primera C, salió a la cancha con una bandera con la leyenda “Curtarsa contamina”. A las entidades que venían luchando contra la contaminación, nucleadas en Asociación Eco Vida en el Oeste Bonaerense, se les sumaron organizaciones sociales de la zona. El viernes 5, a pesar de la lluvia torrencial, centenares de vecinos cortaron la ruta 5 durante tres horas. “Recorrieron todos los canales institucionales posibles. El cansancio ya es mucho. Es un momento muy particular: por primera vez en el municipio reconocen que hay contaminación, que la responsable es Curtarsa y le hacen una denuncia penal por posible daño a la salud”, señaló Nicolás Grande, periodista de El Civismo que está escribiendo un libro sobre Curtarsa.

Verónica Gladario, directora de Controladores Ambientales del OPDS, explicó que están analizando “la calidad de aire en cinco puntos alrededor de la empresa y lo que emite la chimenea. En los estudios preliminares, los resultados están dando bien. Pero el problema de fondo no está solucionado –admitió–. En el momento que la empresa no cumpla, será sancionada. Hace 60 días que asumimos y ya hemos ido seis o siete veces. Queremos que la empresa trabaje bien”.
Pero los vecinos desconfían del ente de control. “Siempre miraron para otro lado”, dice Telechea. El organismo es conducido por José Manuel Molina, ex senador provincial del FPV oriundo del partido contiguo de Pilar, y vinculado al intendente Humberto Zúccaro.

Oscar Lema es la única persona relacionada a la empresa que acepta hacer declaraciones en su rol de “asesor de un proyecto comunicacional”. “La empresa no contamina –afirma–. Si sigue habiendo reclamos, es por un problema de comunicación.”

–Muchos vecinos dicen que usted tiene vínculos personales con Molina.

–Nada que ver, lo sacaron porque los dos somos de Pilar, pero nunca hablé con él en la vida. Justamente por eso la empresa dijo que iban a hablar ellos directamente. No sé por qué no lo hicieron hasta el momento.

–Ante reiterados llamados de la revista, nadie respondió.

–Hicieron todas las inversiones necesarias para no contaminar, las mediciones están correctas. El olor está muy reducido: es una molestia, no una contaminación.

–¿Tuvo oportunidad de recorrer la fábrica y sus inmediaciones?

–Me acusan de no conocer Luján. Efectivamente, para un tema de contaminación, no hace falta conocer el lugar. Vamos y medimos. Da o no da, acá y en la China.

Aunque Lema no está al tanto, este es un conflicto de larga data. La fábrica, que tiene instalaciones de 55 mil metros cuadrados y ocupa a 550 operarios, se instaló en la localidad a fines de los sesenta. Ya en esa época preocupaban los efluentes líquidos. La primera luz de alarma se prendió a mediados de los noventa, tras una serie de casos de metahemoglobinemia en lactantes, un trastorno sanguíneo que puede ser causado por el consumo prolongado de agua con elevada presencia de nitritos. En 1994, según los vecinos, la empresa arrojó una gran cantidad de líquidos industriales sin tratamiento, lo que habría causado una impactante mortandad de peces, tortugas, aves, lagartos y vegetales del río. Los análisis determinaron que los efluentes líquidos de la empresa registraban cromo, un metal pesado que, además de generar graves daños al medio ambiente, es cancerígeno.

Cinco años después, Greenpeace analizó en sus laboratorios de la Universidad de Exeter los líquidos que vierte la curtiembre y constató que “las muestras de los sedimentos que están alrededor del efluente principal presentaron altos valores de cromo, zinc y plomo y una variedad de contaminantes orgánicos”. Y la Asociación de Lucha Contra el Cáncer de Luján viene denunciando que entre 2000 y 2006 esa enfermedad produjo el 38 por ciento de las muertes en la localidad, contra la media nacional, que es de 18 por ciento. También se denunció la proliferación de problemas respiratorios, oftalmológicos y dermatológicos, lo que fue constatado por informes de farmacéuticos locales.

El presente de Jáuregui contrasta con un pasado casi idílico. El pueblo creció al amparo del empresario belga Julio Steverlynck, que en 1929 fundó la algodonera Flandria. Inspirado en los principios paternalistas eclesiales que promovían la buena relación entre patrones y trabajadores, el hombre fue un visionario: reconoció derechos laborales a sus operarios antes que la ley y les otorgó viviendas. Plantó muchos árboles, tuvo 16 hijos, fundó parroquias, cooperativas, un colegio, una biblioteca, un teatro, un club de ciclismo y el Club Náutico “El Timón”. Hasta creó una orquesta con empleados de la fábrica: Rerum Novarum (“De las cosas nuevas”), en homenaje a la primera encíclica social de la Iglesia Católica, promulgada por León XIII en 1891. La orquesta sigue en actividad (un documental del mismo nombre cuenta su historia). Steverlynck murió a los 80 años, en el ’75. La fábrica sobrevivió hasta la década del noventa. En esa época, desembarcó en la zona otro hombre de negocios proveniente del viejo continente. El tiempo pasó y las diferencias están a la vista.
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