25 años es nada

Por Daniel Olivera

El 30 de octubre de 2083 la Argentina cumplirá cien años corridos de democracia. Y me cuesta imaginar cómo reivindicará el Felipe Pigna de ese tiempo a Raúl Alfonsín. ¿Será para los libros de historia  - mi optimismo parece indestructible hoy, ya que me anima a pensar que la democracia y los libros seguirán firmes- el Padre de la democracia argentina? ¿O una especie de Manuel Belgrano, un prócer querido y respetado pero que siempre fue percibido por la ciudadanía como un hombre que no supo, no pudo o no quiso domar en su favor el potro indómito del poder?

Cualquiera sea el veredicto que surja del juicio de la historia, Alfonsín es para toda una generación – la que le tocó oficiar de bisagra entre la de los Desaparecidos o la de Los Noventa- el hombre que venía a rescatarnos de un bosque de odio tenebroso, sólo comparable al que cobijaba al Zarathustra de Niestzche.

En verdad, la democracia arrancó allá por el 14 de junio de 1982, el día de la rendición en Malvinas. El derrumbe de la Dictadura y ese año de inestabilidad y efervescencia política cuajaron en la leche que mamaron millones de argentinos, esa que nos obligó a jurar que nunca más apoyaríamos un golpe militar y la misma que nos alimentó esa luminosa mañana de domingo de hace veinticinco años atrás.

A Raúl Alfonsín le caben casi las mismas preguntas que a la democracia y será por eso mismo que una parte importante de la hinchada (sea radical, peronista, socialista o de centroderecha) él es un pater familiae. ¿Era verdad el pacto militar-sindical que agitó antes de las elecciones o fue la primera denuncia al voleo de la era pre-democrática? ¿Por qué nunca se decidió a quebrarle el espinazo al peronismo? ¿En verdad tuvo miedo de quedar rehén de los jóvenes de la Coordinadora y por eso se frustró su soñado Tercer Movimiento Histórico? ¿Creyó de verdad que se podía trasladar la Capital a Viedma o fue un bleff marketinero? ¿Por qué no tomó a sangre y fuego los cuarteles en Semana Santa y terminó con el fantoche de Rico y sus carapintadas? ¿Comprendió que su mentira de la “Casa está en orden” pulverizó su gobierno para siempre? ¿Alguna vez dejará de justificarse por haber ordenado las leyes de Obediencia Debida y Punto Final? ¿Por qué reculó ante los capitostes del establishment que le doblaron el brazo de la economía? ¿Por qué no denunció con claridad a Menem y su entorno que lo azotaron con un golpe de mano en la hiper de mayo del 89? ¿Qué lo llevó a servirle en bandeja la reelección a Menem con el Pacto de Olivos? ¿Es consciente que con ese Pacto le dio un mazazo formidable a su querida UCR? ¿Si él sabía quién era De la Rúa, por qué preñó su candidatura en los albores de la Alianza maldita? ¿Por qué fogoneó la caída de su correligionario en tándem con Duhalde?.
Y por último: ¿Es verdad que fue él quien le calentó la oreja a Cobos para que concretara su rebelión a Cristina con el voto no positivo?

Todas preguntas que tal vez su maltrecha salud no le permita nunca jamás contestar. Y que quedarán en la historia tan enigmáticas como la huída de Urquiza del campo de batalla en Caseros o como las verdaderas motivaciones que llevaron a San Martín a exiliarse en Francia.

Hoy es día de celebración y las buenas costumbres indican que deben guardarse para mejor ocasión. Sólo me quedan dos certezas: que desde hace 25 años pensar distinto ya no es delito. Y que con la democracia se cura, se come y se educa, sólo que en la Argentina todavía hay muchos que comen, se curan y se educan un poco peor que otros. Y que esos muchos se cuentan de a millones.
Director de 24CON
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