La picardía ganó la calle

El Conurbano nació a la política. Las pintadas, los candidatos puestos a dedo y los febriles debates de comité. Cómo se gestó el animal político que hoy es el núcleo de poder de la Argentina

Por Alejandro Cancelare
La vuelta a la Democracia fue vivida más que intensamente en el Conurbano bonaerense y si bien electoralmente el territorio no tenía la notoriedad e importancia que tiene hoy, la elección de 1983 marcó el inicio de lo que luego se repitió elección tras elección.
El alfonsinismo arrasó en buena parte del territorio lindante a la General Paz, poniendo intendentes afines en lugares que hasta antes de la interrupción del sistema democrático, en 1976, eran bastiones peronistas como el caso de General San Martín, Tres de Febrero, el antiguo Morón y Vicente López, en la zona noroeste, y Avellaneda, en el Sur. Estos fueron los casos más resonantes donde no siempre ganó el hombre con más peso territorial sino el que era electo para “poner su nombre, total no ganaba”.
El “total... no ganaba”, creencia difundida previamente al 30 de octubre, mucho antes de la quema del cajón por parte de Herminio Iglesias, hizo que muchos radicales, descreídos de sus chances, prefirieran ubicarse primeros en las listas de concejal.
La militancia, a diferencia de la actualidad, estaba constituida por grupos políticos que discutían en las unidades básicas peronistas o comités radicales todo cuanto se podía discutir y, una vez terminada la tertulia, se aprestaban a ir por todo el barrio con engrudo armado ese mismo día para pegar afiches o escasísimos litros de pintura que eran defendidos con todo lo que se podía.
Ante los primeros hechos de violencia, los punteros barriales acordaron respetarse las paredes, pero ante el primer quiebre de tal pacto no escrito, el escarmiento era tremendo e iba desde la rotura de los vidrios del local, las pintadas en la fachada o, directamente, la toma de todos sus paredones.
Fueron, sin dudas, los meses más apasionantes, líricos y esperanzados de la Democracia por venir y en el Conurbano se vivieron, como no podía ser de otra manera, casi al borde de la legalidad.
Por su parte los intendentes, todos de facto, impuestos por la dictadura, no tuvieron más remedio que “dejar hacer” a los militantes de todos los partidos y las paredes, hasta entonces sin leyendas, se vieron copadas por los candidatos más diversos y extraños.
Muy distante de los actuales tiempos, donde las campañas se realizan por otros métodos mucho menos artesanales, y la militancia sólo se mueve por dinero, en aquellos tiempos era un orgullo para el vecino verse reflejado en una pared. Su nombre alcanzaba una notoriedad inimaginable, su persona pasaba a ser considerada de otra manera por el resto de la comunidad y las expectativas que se abrieron fueron inimaginables.
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