Cómo hicieron "D.V." y sus amigos para matar a Urbani

Paso a paso, qué sucedió la noche de la tragedia que terminó con la vida del joven Urbani.

Por Cecilia Di Lodovico

Las ruedas del Renault 18 de color rojo chillaron en el pavimento. Impávida, la dueña del automóvil -que había permanecido, hasta ese momento, estacionado en la vereda de su vivienda, ubicada en Garín- advirtió que su vehículo había sido sustraído. Alrededor de 20 minutos habían pasado de la medianoche.

 

La mujer marcó el número de la Comisaría Escobar Tercera y, minutos mas tarde, algunos uniformados se presentaron en su domicilio para recabar más datos sobre el robo, pero las horas pasaban y las novedades escaseaban. Por ello, alrededor de las 2.30, se presentó en la dependencia policial. No pudo hacer la denuncia: el personal policial se hallaba en operativos en la vía pública. Resolvió volver a la mañana.

A varios kilómetros de allí, el Renault 18 rojo recorría un barrio de clase media de Tigre. Aproximadamente a las 3.25 de la madrugada, los delincuentes que circulaban en el vehículo robado divisan a su próxima víctima: Santiago Urbani arribaba a su hogar conduciendo un Chevrolet Corsa azul.

En el domicilio de la familia Urbani, un portazo hizo trizas el sueño de Julia Mónica Rappazoni. La mujer pensó que se trataba de su hijo y esperó el beso habitual de Santiago. Sin embargo, el saludo nunca llegó. En otra habitación, su hija Florencia se despertó con un arma plateada apuntándole a la cabeza, sostenida por un joven de tez blanca, flaco y de 1.75 de altura. “Quedate tranquila. Esto es un robo”, le ordenó el agresor. En ese instante, otro muchacho entró en el cuarto. Éste, morocho, también flaco pero de cara “regordeta”, portaba una escopeta larga y le exige a la joven que se levante de su cama. Florencia ve a su hermano tirado en el piso boca a bajo y con las manos cruzadas apoyadas contra el piso. El sujeto que antes le apuntó, la guía hacia la habitación de su madre, que ya había sido sorprendida por otro hombre. Los delincuentes le piden dinero a Julia que, sin pensarlo, les entrega la billetera.

Mientras el hombre amenazante hurgaba en el cuarto, se escucha un disparo (un sonido comparable a la ruptura de tres platos estallando contra el piso). El joven de la escopeta ingresa a la habitación: “Dame Revotril”, le exige a Rappazoni. Estaba desencajado.

 


“Vamos, nos tenemos que ir”, dice un cuarto cómplice que aparece por primera vez en la escena. Los tres asaltantes huyen a toda velocidad, llevándose consigo alhajas, una lap top, una filmadora, tres celulares, una cámara fotográfica digital y medicamentos, entre otras cosas. Las ruedas vuelven a chillar, pero esta vez, eran las del Corsa azul.

En el interior de la vivienda, Florencia corre hacia su dormitorio, donde había visto a su hermano por última vez. Teme lo peor. Y allí lo ve: el acolchado que viste su cama, cubría el cuerpo inerte de Santiago que yacía con un disparo en la cabeza.

Julia se abalanza sobre su hijo, examina la herida y toma su pulso. Los latidos son tenues, pero todavía se pueden sentir. Durante un minuto y medio eterno el corazón siguió bombeando, pero diez segundos antes de que llegue la ambulancia, el órgano vital dejó de funcionar. Santiago dejó de respirar en los brazos de su madre. Ahora lo recuerda: dos días antes, un sujeto de contextura delgada había dejado una marca en el árbol de la vereda de su casa. La misma insignia apareció, luego, en el portón de la vecina, donde el joven guardaba el auto.

Cuando la policía arribó, el capó del Renault 18 todavía estaba tibio. El Corsa azul, en cambio, corría por ruta 197, primero, y, luego, por Panamericana, con destino a Garín. Faltaban siete minutos para las 4. Las cámaras del municipio de Sergio Massa captaron los movimientos de ambos automóviles.

DV, “el duro”

DV tiene 16 años y nada para perder. Una hija de meses y cuasi-líder de una peligrosa banda. Se trata de uno de los tantos menores que atemorizan a sus vecinos exhibiendo armas y contando a quien quiera escuchar sus peripecias en el mundo del hampa. Posee una seña particular: una calavera que fuma está grabada con tinta en la cara externa de su pierna derecha.

“Cuando está drogado muestra las armas y se muestra como una persona peligrosa”, dicen en el barrio. Lleva un tatuaje con el nombre de su pequeña, escrito en letras góticas. Pero el espejismo de padre amoroso se diluye cada vez que “molía a palos a su mujer (Daiana) y a su hijita”, razón por la que la madre de 15 años resolvió cortar relación con el precoz delincuente.

Al galán, la ruptura no le importó y comenzó a vivir con la hermana menor de su ex. Ella sí tenía oídos para los relatos que hacía DV sobre los golpes que daba con su banda, especialmente, el robo al country La Arena de Pilar y otro en el barrio privado La Arboleda de Ingeniero Maschwitz.

Su carrera dio un salto cuantitativo y cualitativo cuando Oscar Pérez, un hombre de 42, conocido como “el Gordo”, comenzó a cobijarlo junto a sus amigos: Pipi, Emiliano, Quiquin, Pechocho y Jesús. Después de cada trabajo, el “Gordo” les proporcionaba escondite y planeaba los golpes.

El pasado 10 de octubre, DV anunció que se iba a “trabajar”. Y estaba “de estreno”: apenas dos días antes, él, Pipi y Emiliano le habían comprado a su mentor una escopeta negra, de 20 mm. Estaba rota, tenía el caño cortado y sólo disparaba un tiro. En tanto, Pipi cargaba su revolver cromado, calibre 32.

Pasada la medianoche, Emiliano y el Gordo arribaron al lugar acordado, en un Renault 18 rojo. DV y Pipi se sumaron al grupo y el auto del rombo se perdió en la oscuridad. “Arrancaron” hacia Pacheco, luego se dirigieron a Tigre, pasaron por el Casino y se toparon con “el chabón ese” bajando del Corsa. Los maleantes descendieron del vehículo y apuntaron al joven. “Apuntándole y todo, dijo que ahí (donde estaba guardando el auto) no era su casa.

Cuando regresó, cargaba una cámara digital, un tacómetro y un celular manchado con sangre. Esta vez, no exhibía armas, sino las fotografías del mismo joven del que hablaban en televisión, aquel que había sido asesinado por delincuentes en Tigre.

El hecho lo llenaba de gloria por lo que se pavoneaba contando cómo había terminado con la vida del joven que “se le retobó”. “Se resistió y le pegué un tiro con la escopeta”, habría dicho a sus amigos.

Al principio, DV intentó vender su parte del botín, un amplificador, la cámara digital y el tacómetro, pero con el transcurso de las horas, el adolescente comenzó a sentir temor: la policía había llegado al barrio. Lo sabía: ya no tenía escapatoria. El tiempo para fugarse se había acabado.

Habló con su madre, Sonia, y le confesó que se le había escapado un tiro y que su intención no era matar a Urbani. “Me mandé una cagada”, admitió también en la casa de un amigo. Estaba nervioso y su imagen de “duro” se derrumbaba. Incluso, su amigo Pipi le reprochó: “La re bardeaste, me quemaste la escopeta”.

Días más tarde, los uniformados lograron sitiarlo y, el 17 de octubre, fue apresado.

La coartada del presunto asesino

El 21 de octubre, en su declaración judicial, pese a que DV confesó su participación en el asalto, negó haber sido el autor del disparo que terminó con la vida de Urbani e, incluso, desvió la culpa hacia uno de sus cómplices, aludiendo que antes de ingresar a la vivienda, el Gordo Peréz le pidió la escopeta y que escuchó el disparo desde el comedor, donde se encontraba junto a la madre y la hermana de la víctima. Luego, aseguró que el autor del disparo le devolvió la escopeta. En ese momento, el menor detenido argumentó que se dirigió a la habitación de donde provino el estruendo y que vio al “pibe” tirado en el piso, “sangrando de la cabeza”.

Por otro lado, manifestó que su parte del botín estaba compuesto por 450 pesos (que debía compartir con Pipi), una filmadora y un tacómetro. Sus cómplices Pipi y Emiliano, “se quedaron sólo con la plata”, en tanto que el “Gordo” Peréz se adueñó del resto de los elementos sustraídos en la vivienda de Urbani.

Según el testimonio del imputado, Emiliano y Oscar habrían sido los encargados de quemar el auto robado a Santiago Urbani, luego de masacrarlo, en cercanía a la vivienda de los dos menores.

Aunque intente evitar su responsabilidad en el homicidio, DV. está en graves problemas porque las pruebas en su contra son más que sugerentes. Por ejemplo, la policía halló la escopeta que habría sido utilizada en el robo, oculta en un pozo frente a la casa del menor, ubicada en las calles Salling y Corrientes. 

La Justicia dictó prisión preventiva a los dos menores detenidos, que se encuentran a disposición del Fuero Penal Juvenil de San Isidro. DV se encuentra alojado en el instituto de máxima seguridad de Almafuerte, en La Plata, mientras que que Pipi podría ser trasladado al instituto de Menores de Pablo Noguéz, en Malvinas Argentinas.

Al mismo tiempo, la causa está siendo investigada por el fiscal Cosme Iribarren, de la Unidad Funcional de Instrucción (UFI) 1 de Tigre.

Por su parte, la madre de la víctima Julia Rappazoni, cuenta, desde esta mañana, con el patrocinio del ex juez Jorge Casanovas, quien también fue ministro de seguridad bonaerense en la era Ruckauf.


El detenido que sería inocente

“Soy inocente, me hicieron una cama”, gritó Walter Gálvez ante las cámaras de televisión, al ser trasladado a la DDI de San Isidro, su lugar de detención. Momentos atrás, había hecho la misma declaración ante la Justicia de San Isidro.

Gálvez, de 34 años, fue el primer detenido del caso, pero no tendría relación alguna con el robo ni con el homicidio de Urbani. Incluso, su abogada, Mónica Chirivín, indicó que, en el peritaje, “no surgió ningún elemento que vincule a mi defendido con las otras personas mencionadas en la causa” y aseguró que Gálvez “está siendo utilizado como chivo expiatorio”.

Sin embargo, el sospechoso continúa detenido bajo la carátula de “encubrimiento”, aunque, 24CON pudo saber que, tal como lo señaló Chiriví, Gálvez no tendría nada que ver con el crimen y que habría sido involucrado por dedicarse al negocio ilegal de “hacer desaparecer autos”.

 

Informe: Leandro Fernández Vivas

 

27 de octubre de 2009.

 

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