Más agresiones de los Caza Uber, los temidos taxistas

Son choferes autoconvocados que se organizan a través de las redes sociales. Persiguen a los autos que supuestamente trabajan para la app de viajes, y los pintan y dañan.

 Natalia se había levantado temprano para llevar a su hijo al aeropuerto de Ezeiza. Eran las seis de la mañana de un domingo y cuando salió de su edificio en Chacarita, cruzó la calle y vio su auto, no entendió. El capó estaba cubierto de letras veloces, rojas, en mayúscula, que formaban la palabra "Uber". En los costados, había espuma fresca, todavía burbujeante. Pensó que era líquido para frenos, pero su chapista, horas después, la corrigió: le habían tirado removedor de pintura. El objetivo era dañar. Dañar con lo más corrosivo.

"Ningún panel estaba sano. Y cuando mi esposo abrió el baúl para cargar la valija, encontró el vidrio de atrás astillado. Estábamos furiosos pero nos corría el vuelo y tuvimos que salir", dice Natalia. Así, con el Corsa blanco cargado de un mensaje, manejó 35 kilómetros hasta Ezeiza. Pero ahí, mientras estacionaba, los problemas siguieron. "Un taxista nos empezó a increpar. 'Esto les pasa por trabajar en Uber', decía. Mi hijo, que ya venía bastante enojado, se bajó". Verlos a punto de agarrarse a golpes la despertó: "Vení a ver a quién se lo decís -lo enfrentó-, vení a ver. Soy discapacitada. Tengo la oblea pegada en el vidrio. No soy Uber".

Natalia no se llama Natalia, no vive en Chacarita, sino en otro barrio muy cercano, pero quiere que la presenten así. Tiene miedo. El ataque en la puerta de su casa y la agresión en Ezeiza ocurrieron el 1° de abril, pero no fueron las últimas: semanas atrás, manos anónimas dejaron un agujero en la chapa, rompieron una ventanilla y, adentro, en los asientos aparecieron marcas que Natalia identifica como disparos de aire comprimido.

"No tengo plata para guardarlo en un estacionamiento. Todavía no pude arreglarlo. Mientras siga así, van a seguir confundiéndolo. Ya hice dos denuncias policiales, pero nadie responde", dice. Y alude a que, una vez que el taxista fue alejado por la Policía Aeroportuaria, los oficiales interpretaron que les habían vandalizado el auto dentro del estacionamiento del aeropuerto y les pidieron la hora del ataque para chequear las cámaras de seguridad. Actuaron en forma automática, acostumbrados a los enfrentamientos entre taxistas y otros conductores en ese lugar.

El caso de Natalia no es aislado. Forma parte de una serie de agresiones a automovilistas que son confundidos con choferes de Uber. Le ocurrió el 4 de mayo en Palermo a un hombre que trasladaba a sus nietos, de 6 y 11 años. Dos taxis lo cruzaron. Creyeron que, por llevarlos atrás, manejaba para la aplicación. También lo sufrió Vivian Irrat, quien el 22 de abril, mientras paseaba a su perro, encontró su Toyota Etios negro con las ruedas tajeadas, los cristales rotos, la chapa manchada de ácido y la inscripción Uber, en rojo, atravesando las puertas.

La Policía de la Ciudad habla de siete denuncias en los últimos dos meses. Sus registros van desde un grupo de taxistas que rodeó un auto en Recoleta y con amenazas de muerte intentó hacer bajar al conductor; pasando por un Renault Logan -con la palabra Uber pintada- en llamas; hasta un episodio en Villa Soldati con un policía de la Federal, que también trabaja como chofer. El informe de ese último caso lo recrea así: a las siete de la mañana fue convocado para hacer un viaje. Al llegar se acercaron varios hombres, uno con un arma en la mano. El Policía sacó su pistola reglamentaria, disparó tres veces y se fue.

Hay decenas de causas judiciales abiertas, los pagos con tarjeta de crédito están bloqueados y el Gobierno porteño declaró ilegal el servicio. Pero dos años después de su llegada a Buenos Aires, Uber sigue funcionando casi con normalidad. Y desde el primer día los taxistas no sólo llevan su reclamo a las calles con movilizaciones, sino también organizan escraches, operativos y "cacerías", como ellos mismos las llaman. Alrededor de 200 están nucleados en la Asociación Civil Taxistas Unidos. Sus integrantes niegan ser los responsables de los ataques recientes, pero admiten protagonizar trampas y seguimientos.

A veces salen a buscar choferes de Uber divididos en escuadras, otras veces no les hace falta. "Con 27 años arriba del taxi, enseguida los detecto. Es muy fácil: está el pasajero esperando con el celular en la mano, un auto se le acerca, pone balizas y el pasajero sube", describe Hugo de Lugano (así pide aparecer). "Una vez que los divisamos, nos comunicamos a través de una aplicación que transforma el celular en walkie talkie, si es necesario nos vamos relevando en el camino y, al mismo tiempo, buscamos un policía". Sin agresiones, repite y después se sincera: "Cuando estoy 50 minutos sin un viaje y los veo a ellos con pasajeros, me gustaría ser Hulk para darles vuelta el auto. Pero no tengo tiempo de ser mafioso. Le pongo 12 horas, todos los días. El taxi sostiene mi casa".

Al que sí le sacudieron el auto fue a P. S, tales sus siglas. Fue el 12 de abril en Libertador y Tagle. Una manifestación de Taxistas Unidos dejó a ella y a su hijo atascados en la avenida. Pensó que el embotellamiento significaría sólo una demora. Se equivocó. "'Es Uber, es Uber' nos gritaban, mientras avanzaban hacia nosotros. Después empezaron a golpear las ventanillas e intentaron abrir las puertas. Estaban sacados, muy violentos", dice P. S. Cuando necesita un ingreso extra, su hijo trabaja para la aplicación. No saben cómo los identificaron. Una hipótesis es que reconocieron el número de patente en las bases de datos que los taxistas confeccionan y se comparten entre sí.

"Que una empresa viole la ley no habilita a que cada uno reaccione como se le dé la gana. El único con el monopolio de la violencia legítima es el Estado", reflexiona el filósofo Andrés Rosler. Y completa: "El Estado muchas veces es ineficiente, incluso corrupto, pero si los ciudadanos empiezan a arrogarse la autoridad del Estado están debilitando lo que de por sí era débil. No están ofreciendo una solución, sino agravando el problema".

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