Ricardo Darín: "A mí me gusta hacer teatro”

Por Bruno Lazzaro

Buenos Aires se prende fuego. La térmica llega a los 35 grados. Y, sin embargo, Ricardo Darín no modifica ni uno de los típicos gestos de cortesía que lo distinguen. Ofrece comida y sirve alguna que otra bebida antes de inclinarse hacia un costado para mostrar una de esas caras de media sonrisa y mirada cómplice que ya son marca registrada. “¿Hiciste una promesa, pibe?”, le consulta al cronista –al verlo con una camisa manga larga ideal para el invierno– y lo palmea rápido para explicar  la chicana.

Darín sabe de guiños cómplices y conoce de risas. Le es natural. Lo demostró tanto en la televisión como en el cine. Y desde hace varios años lo exhibe en teatro cada vez que vuelve a protagonizar Art –desde el viernes 8 de enero en el Teatro Tabarís–. En la obra, el actor interpreta a Iván, la pata racional de un trío de amigos –Germán Palacios y José Luis Mazza completan el elenco– que entra en discordia cuando uno de ellos compra un cuadro blanco, carísimo, e insiste en que es una obra de arte. Una pieza sobre la tolerancia, la hipocresía y la pasión.

–Pasaron trece años desde el estreno de la obra y fueron muchas las veces que la repuso. ¿Por qué siempre se vuelve a Art?

–Siempre recaemos, como decía Cortázar. Tiene que ver con pasarla bien, con estar a gusto con algo. Es una manera de reencontrarse con amigos en el amplio sentido de la palabra, porque hay gente que vuelve a ver la pieza y muchos chicos que la vienen a ver por primera vez. Nos lo propusieron y acá estamos.

–¿Qué tipo de preparación tiene una pieza que ya tiene tanto ruedo?

–La preparación es la  de siempre. En el primer ensayo nos dimos cuenta de que cuando aparece la música y tenés la partitura a mano y los instrumentos afinados la canción sale bien.

–¿Cómo explica que Art, una obra sobre las diferentes interpretaciones de un lienzo, sea tan popular?

–El lienzo es el pretexto. Habla de cosas esenciales. Cosas que son inherentes a todos, sea cual fuere la vinculación: familiar, conyugal, amistosa. Tres tipos, tres caracteres, que son parte de nosotros mismos y que se pelean desde adentro para ver cuál prevalece. La parte sensible, la racional y el toque autoritario consciente o inconsciente que todos tenemos adentro, y que funciona como algo terapéutico, casi salido de una computadora. Creo que la autora –Yasmina Reza– estaba iluminada cuando la escribió.

–¿En qué sentido?

–Se mete por una hendija para analizar las relaciones humanas entre tipos que dicen quererse mucho, pero que cuando se tienen que decir algo empiezan a pasarse factura. Es un juego de espejos en el que inevitablemente uno se ve reflejado. Contado desde un humor ácido y a la vez fino. Es una obra que mueve mucho y que seguramente se va a convertir en clásico.

–Eso es algo que viene diciendo desde hace mucho. ¿Ya no lo es?

–Para que una obra se convierta en clásico tienen que pasar muchos años, no diez. La estructura es muy accesible y se va a dar, aunque no creo que lo vea.

–¿Qué cambió desde el estreno de la pieza –en 1997– hasta hoy?

–Aprendí un huevo con Art. Mi viejo siempre me decía algo sobre lo que me machacaba mucho, porque la verdad es que me chamuyaba tanto que me dejó la cabeza a la miseria: “La simplicidad es el sello de la verdad”. Y esta pieza reúne la esencia de esa frase. Respira y transpira simplicidad, siendo compleja y a la vez sensible, pero sin ser solemne. Hace gala de un sentido del humor especial, sin buscar la comicidad. Es algo raro.

–¿Tenía más ganas de hacer teatro o de volver con Art?

–Tenía ganas de pararme frente al público. Leo mucho teatro, pero es difícil encontrar una pieza como esta. Ese toque magistral no lo tienen muchas obras. Tiene una falta de pretensión que la convierte en una pieza brillante.

–Debe haber rechazado muchas obras.

–No muchas. En mi casa tengo un montón de material y cuando me pica el bicho de hacer teatro, que es lo que más me gusta, me pongo a leer algo. Pero siempre aparece un productor, como Carlos Rottemberg, que te dice: “¿Qué les parece si hacemos una temporada cortita de Art?”. Y vamos para adelante.

–¿Por qué decidieron hacerla en Buenos Aires? ¿No era más rentable llevarla a Mar del Plata?

–No nos quisimos anotar en el circuito competitivo. No quisimos formar parte del graserío del verano y toda esa historia de a ver quién la tiene más grande. Eso es algo que no tiene que ver con el teatro, con el arte. Es como si se olvidaran del verdadero objetivo.


Pese a que el 2009 se presentó como un año de reconocimiento, a raíz de su participación en los films El secreto de sus ojos y El baile de la victoria –ambas preseleccionadas para los premios Oscar por la Argentina y España, respectivamente–, Darín se desmarca rápido de todos los elogios. “A mí no me pasa nada con todo lo que se generó y se sigue generando por las películas. Es algo que complacerá a aquellos a los que les gustan las estadísticas.”

–¿Disfrutó El secreto de sus ojos?

–El cine es bárbaro, tiene un buen ejercicio, pero lo más lindo es sentarte a ver la película terminada. Es muy difícil disfrutar del oficio dentro de la estructura del cine. La metodología es tan parcializada y atomizada que se convierte en un laburo japonés. El placer te lo da el teatro.

–Pero no va a negar que es una película que le puede seguir abriendo puertas en el exterior.

–No quiero que se me abran más puertas de nada. Quiero que me den las llaves de las puertas que ya abrí –risas–. Con eso me conformo.

–¿Qué le provoca que dos películas de las que formó parte puedan recibir un Oscar?

–Nada. Si pasa, aplaudo con los pies porque será un espaldarazo increíble a nivel comercial, algo con lo que yo no tengo nada que ver. La película la hice en el 2008. Viajé y la apoyé porque era algo que me correspondía y que me daba placer. Pero a mí lo que me gusta es hacer teatro. Nadie lo puede entender. Me dicen que soy un boludo porque nadie se enriquece haciendo teatro. La gente piensa que te salvás haciendo películas. Y yo no me hice rico por hacer El secreto de sus ojos. El actor la pasa bien en contacto directo con la gente.

–¿Cuánto de ese desinterés tiene que ver con la mala experiencia que tuvo cuando fue a los Oscar por El hijo de la novia?

–Fue un momento de mierda, justo después de que se habían caído las torres. Y en la entrega, la gente de seguridad te miraba más el bulto que la cara para ver si tenías algo escondido. Esa no es la idea que tengo de las relaciones humanas. Pero ya está. Entiendo y respeto a aquellos que les provoque algo el premio, de la misma manera que respeto otras opiniones.

–En la actualidad, la sociedad se muestra dividida entre aquellos que, por ejemplo, reclaman más seguridad y los que dicen que la inseguridad es una sensación. ¿Qué le provoca ver posturas tan separadas a pocos meses del Bicentenario?

–Lo del Bicentenario me hace acordar al Día de la Raza. Ahora voy a hacer un laburo que está relacionado con empresas argentinas pioneras que apostaron al país, más allá de si perseguían fines comerciales o industriales. El reclamo enérgico de más seguridad me parece equivocado. Más allá, habría que analizar de qué hablamos cuando hablamos de Bicentenario.

–¿De qué hablamos?

–Se supone que de nuestra independencia. Pero más que festejar habría que revisar de qué nos independizamos. De las elecciones y selecciones que hicimos. Casi te diría que desde 1982 a esta parte empezamos a tener una focalización un poco más latinoamericana de nuestra posición geográfica. Pero hace doscientos años la mayoría creía que estábamos en Latinoamérica de casualidad porque por nuestra composición cromosómica somos más europeos que latinoamericanos. Una serie de pelotudeces que venimos arrastrando por aquellos que nos vienen contando la historia y que nos sigue separando de diferentes maneras.

–¿Por dónde debería empezar esa revisión?

–Me da la sensación de que miramos más para afuera que para adentro. Este país está pidiendo hace mucho un encuentro nacional, aunque esa no sería la expresión porque suena a propaganda del Proceso. Necesitamos estar más unidos. Deberíamos estar ayudando a otros países a suplir su falta de insumos, sin embargo, nos la pasamos mirando cómo le cierran las cuentas a determinada persona. No quiero rasgarme las vestiduras, pero propongo reflexión.

–¿Cómo evalúa la realidad político-social del país?

–Hay pibes que matan por un par de zapatillas. Se te inunda la casa y descubrís que lo hizo uno a propósito para poder afanarte la tele de 20 pulgadas blanco y negro. Y cuando llegás a la conclusión de que hay gente pobre afanándole a gente pobre te das cuenta de que estamos como el orto. La red social está desmembrada. Hay muchos pibes que no van al colegio, lo cual es una condena a futuro definitiva. Es una situación difícil. Y sin embargo, pasaron las fiestas y la gente pensó en el pan dulce. No me interesa la Navidad o el Año Nuevo. La gente dirá: este tipo se volvió loco. Pero nada que ver. Sólo que es inevitable que hacia el final de las cosas tienda a oscurecer el panorama.
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