De la villa al teatro Colón: La historia de la restauradora de Boulogne

Un oficio aprendido en la villa le permitió con sus propias manos restaurar parte del Teatro Colón.

Le temblaba todo el cuerpo. Se sentía en un sueño. Nunca pensó que entraría a un lugar tan lleno de historia. Mucho menos imaginaba que ese lugar volvería a la vida gracias su trabajo y el de sus compañeros. Amanda Barrionuevo, una mujer que luchó por lograr sus sueños, fue una de las personas que participaron en la restauración del Teatro Colón.

Ella vivía en una villa al lado del cementerio de Boulogne. Durante un retiro espiritual del que participó conoció a Agustina, una mujer que le enseñó el arte de restaurar.

"Yo me daba maña con las artesanías, pero sin saber mucho de técnica. Mientras trabajaba con Agustina fui aprendiendo mucho", contó a lanacion.com.

Junto con su marido, recuerda la incertidumbre que vivieron cuando se mudaron a la casa en la que viven hoy, cerca de la estación de tren de Boulogne, con sus seis hijos y sus tres nietos.

"Fue en 2001. Justo cuando empezaron los saqueos. Mi trabajo en restauración nos trajo un dinero extra y pudimos salir de la villa y alquilar acá. Fue una época de mucha incertidumbre con la crisis del país", relató Amanda.

"Ora et labora", la célebre frase de San Benito, es el lema de vida de Amanda. Porque, más allá de su fe, fue su esfuerzo lo que la llevó a concretar su sueño y sacar adelante a toda su familia. Además, cuenta con el apoyo de su marido, que tiene dos trabajos: uno en la Casa del Joven, otro como caddy en un club de golf de San Isidro.

El camino al Colón. Fue gracias a su amiga Agustina, la misma que la introdujo en el arte de la restauración, que Amanda llegó al Teatro Colón. "Fue como un sueño. Entrar ahí, ver las paredes grises e ir presenciando la transformación con el trabajo de cada día", contó.

"La primera vez que puse los pies en el teatro me saltaba el corazón", recordó.

Con esa pasión viajaba cada madrugada desde Boulogne hasta el Teatro y se pasaba todo el día recuperando de a pedacitos el lugar. "Se repusieron el dorado y las molduras, y quedó una belleza", dijo.

"Fue muy lindo todo el trabajo, hasta el día de la fiesta para los empleados, a la que no estuvimos invitados todos los que trabajamos. Por ejemplo, la gente de andamios hizo un esfuerzo gigantesco. Y no los invitaron. Hubo una confusión o un mal manejo a la hora de repartir las invitaciones", explicó. "Yo al final pude ir a la reapertura [el 24 de mayo] porque a Daniel Suárez, el restaurador para el que trabajo ahora, le enviaron dos invitaciones. Me dio la suya a mí y la de su hijo a otro compañero", contó, agradecida por el gesto.

La fiesta fue muy emocionante para Amanda. Nunca antes de este trabajo había entrado al teatro y no podía creer que sus propias manos hubieran ayudado a recuperarlo.

Pasión por su arte. "Restaurar una obra es como tener algo muerto en tus manos y volverlo a la vida". Esa es la definición que Amanda tiene de su trabajo.

Para ella, no se trata sólo de arreglar algo. "Pensás qué quiso expresar el artista cuando lo hizo. Cuáles fueron los sentimientos que puso en su obra. Tenés que respetar las pautas", explicó.

La diferencia, dijo Amanda, es la que distancia el reciclado de la restauración: "Recuperar un objeto artístico no es como hacer una cirugía. La esencia queda. Caminás sobre los pasos del artista que la creó y tratás de revivir lo que él sintió en el momento de producir su obra".

Tras haber participado en las restauraciones de la Casa Rosada y la Catedral de San Isidro y su trabajo actual en la Embajada de Brasil, Amanda sueña con compartir con otros este camino que le abrió la posibilidad de salir adelante.

"Me encantaría poder tener mi espacio donde darle a la gente la oportunidad que me dieron a mí. Y enseñarles que si se quiere, se puede", concluyó.

Fuente: La Nación
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