Diario de viaje - día 2

Retobe, golpes y caídas en el techo de los Andes

Por Guillermo Zanetto / enviado especial
Antes de que la diana de las 6:30 suene, me encontré preparando el bolso para el segundo día de viaje, no por madrugador, sino porque el frío en el nunca mejor llamado refugio “Las Frías” superó todas mis expectativas (y la de mi equipaje) y no me dejó dormir más de 2 horas seguidas. Un mate cocido a punto de hervor con tortafritas y el cada vez más frecuente grito de “Viva la Patria”, devolvieron las energías extraviadas, incluso a quienes sufrieron los primeros síntomas por “la altura” y tuvieron que quedar un tiempo en reposo hasta que pase el ahogo y el mareo.  
Portezuelo del Espinacito.


Pasadas las 9, todos los jinetes y equinos estuvieron listos para la segunda etapa del Cruce, la que transcurre a mayor altura y que demandó un tiempo total de 10 horas de cabalgata. Sin embargo, el camino por delante era imposible de prever y más difícil de describir después de atravesarlo. En mi paso observé tres personas caerse y dos mulas cargueras retobarse, librarse del peso y desandar sus pasos. Después me enteré también que dos gendarmes sufrieron golpes de sus caballos.

Uno de los “accidentados” –el de mayor gravedad- fue Sergio Verón (ver nota adjunta), famoso por su actitud rígida frente a los participantes del reality “Cuestión de peso”. Otra, una colega del diario Miradas al Sur, quien pudo amortiguar de forma efectiva la caída tras el derrape de su mula, y finalmente uno de los invitados al cruce, a quién se le aflojaron las riendas y terminó cuerpo a tierra en plena montaña.

A medida que transcurrían las horas de cabalgata, el camino sube por la ladera de la montaña en una senda tan estrecha que solamente pasa un animal por vez. En esa cornisa para cruzar el Espinacito, ubicado en torno a  los 4800 mts de altura, por momentos la única opción es cerrar los ojos y encomendarse al quino que te transporta.

En la cima, el punto más alto que atravesó el ejército del Gral. San Martín, se puede ver la inmensidad de la cordillera y a lo lejos, como un escolta de lujo, el mendocino cerro Aconcagua. La bajada fue igual de dificultosa, aunque la variedad y belleza del paisaje hacen que uno no piense en otra cosa mientras cabalga. Este año el clima fue benevolente, sin nieve en el camino y con postales de cóndores y guanacos como regalo.

El tramo final de la tarde -tras bordear el “cerro de yeso”- fue por el “Valle de los patos sur”, un llano repleto de piedras y rodeado de montañas por el cual se transitan las últimas 4 o 5 horas de cabalgata, bajo el implacable sol Sanjuanino. Por momentos, la soledad es tan grande que sólo se escucha la respiración de la mula. En otros, el viento muestra todo su poder con ráfagas cargadas de polvo. El repetitivo movimiento del andar de la mula empieza a desgastar cada articulación y a entumecer cada músculo del cuerpo.

Poco antes de que caiga la noche, y la temperatura vuelva a bajar de forma abrupta, la caravana llega lentamente al refugio Ingeniero Sardina, una pequeña casona de piedra con todas las carpas instaladas en su entorno.  Todavía falta un día más para llegar al límite chileno y emprender la vuelta. Pero antes, resta un merecido día de descanso.  

 

 

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