Me río por no llorar

Por Profesor Bernardo Politti.

Por Profesor Bernardo Politti,

Maestro de 7º grado de la Esc 14 DE 10 (donde se cierran 8 grados)

Vicerrector de las Esc. de Educación Media nº 5 DE 15.

 

 

Mientras me voy enterando del cierre de cursos tanto en primaria como en secundaria recorro la escuela en la que soy vice. La lluvia entra por el techo de la cocina (es una escuela media pero con comedor) como si no hubiera tal, también gotea la escalera, formando un pequeño río que pasa peligrosamente al lado de la conexión de internet.

 

Algunos cables cuelgan ya desde hace tiempo de un agujero del cielorraso. No tengo que preocuparme por el techo del baño de docentes: ya se desplomó completamente en la lluvia anterior. Tampoco por el sector de la escuela que fue un jardín maternal y ahora tratamos de usar como aulas para música y algún taller. También está tan mal que no puede empeorar, con sus cielorrasos inexistentes y su cableado en corto eterno.


Me río pensando en la empresa de mantenimiento que contrató el Gobierno de la Ciudad. Se llama Dalkia. No hizo ningún mantenimiento y no parece afectar en nada su contrato. Me río mas mirando las paredes descascaradas de las aulas, vencidas por la humedad de cimientos y por mil fuerzas misteriosas, recordando que hace poco el actual Director General de Educación recorrió conmigo y con la Directora los mismos lugares.


Me entero que en la escuela primaria en la que trabajo a la mañana cerrarán la mitad de los grados de la tarde… poco alumnado, es cierto. La Disposición del Director General  proclama que se reasignarán espacios para ampliar la oferta de jardín de infantes. Me río imaginando a los niñitos de sala de tres en los baños de una primaria o tratando de llegar a la altura del inodoro de una escuela media. Me río por no llorar.


Me pregunto por qué hay pocas familias que quieren mandar a sus hijos a las escuelas públicas, si a pocas cuadras de allí una escuela privada trata de educar correctamente a grupos de más de treinta chicos. La cuota es baja, poco más de $300 en primaria y poco más de $400 en secundaria. El edificio está en óptimas condiciones y los docentes nunca protestan (es raro, los maestros de las privadas no hacen paro, pero se benefician con los aumentos conseguidos después de los mismos).


De todo esto no se habla en la tele ni en los sesudos artículos de los prestigiosos diarios. Hace poco ocurrió la tragedia ferroviaria y enseguida la Presidenta y el Jede de Gobierno se trenzaron en una disputa por deshacerse de los subtes. Me pregunto si tiene sentido que el Estado subsidie una escuela privada en lugar de invertir más en las públicas. ¿Cuál sería el costo real de esa escuela sin subsidios? Y aunque soy un simple docente algunas ideas se forman confusas en mi cabeza.


A ver: el estado Nacional viene subsidiando los trenes y colectivos, de manera constante. Cada vez más y con el efecto real de facilitar la accesibilidad de los trabajadores al transporte. Facilitar el acceso de los trabajadores a un servicio es una idea cara a los peronistas. Así que parece lógico. El problema es que terminó subsidiando a las empresas prestadoras, porque el servicio es barato pero es pésimo, peligroso hasta la catástrofe y supone una transferencia de recursos a una empresa privada con poco control.

 

De alguna manera, la tragedia de Once sirvió para desnudar que una empresa privada no asegura de por sí un mejor servicio. Y sí dificulta el control, porque las responsabilidades se diluyen como en el gran bonete y, por desidia, por connivencia o porque las empresas ocultan información, el Estado no logra controlarlas. Ya todos nos preguntamos ¿No sería mejor que haya uno solo que ponga la plata y el servicio? Por lo menos sabríamos mejor a quién echarle la culpa. Y quizás sea una gestión más razonable.


En la Ciudad el Estado subsidia cada vez más a entidades privadas que brindan el mismo servicio, muchas veces en el mismo lugar y con las mismas características. Subsidia la educación privada en pos de favorecer la libertad de elección. Una idea tan cara a los liberales. Pero resulta que esas escuelas no están sujetas a las mismas exigencias. Pueden darse el lujo de tener derecho de admisión y contratar con sus propios recursos maestros extracurriculares que quizás ni siquiera sean docentes pero estén al frente de alumnos.

 

Y así como alguna vez, todos creyeron que una empresa privada podría manejar los trenes mejor que el Estado, hoy todos creen que en una escuela privada se enseña mejor que en una pública. Aunque eso sí, no se enseñe a los adolescentes más revoltosos ni  a los repetidores ni a los pobres ni a los niños con problemas emocionales y se cree una fantasía de que en la sociedad no hay conflictos. O quizás justamente por eso prefieran pensar que es mejor.


Pareciera más razonable que la Ciudad no subsidie a entidades privadas para hacer lo mismo que ella, ya que tiene capacidad ociosa para hacerlo, con espacio y docentes tan subutilizados que tiene que cerrar cursos por falta de alumnos. Con ese dinero podría mejorar el servicio en sus escuelas y el precio de una escuela privada sería real. ¿No es raro que los mismos que piden a gritos sincerar las tarifas de servicios como el subte no hagan lo mismo con lo que ellos llaman servicios educativos?


Finalmente, las miradas son ideológicas. Muchos funcionarios del Ministerio de Educación porteño provienen del corazón de la educación católica, y ni qué hablar de la eterna bendición de la Iglesia a la gestión de Macri, respondida con su simpática presencia en la catedral y con la menos simpática falta de aplicación de la Ley de Educación Sexual. Si la Universidad Católica Argentina no pudo formar a Mauricio para que no sea un divorciado serial (¿Le daría la comunión Bergoglio en los tedeum?) al menos logró inculcarle que en educación “libre” es sinónimo de “privada”.


Vuelvo a mi realidad. Me pregunto si el Gobierno de la Ciudad le quitará el mantenimiento de las escuelas a la empresa Dalkia. Y me río, por no llorar.

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