Cartoneros "new age" dejan la noche y buscan un sueldo

Quieren armar una cooperativa, trabajar de día y tener sus propias máquinas. El "tradig", vacaciones en Canadá y los sueños rotos. 24CON estuvo con los cartoneros de Fuerte Apache.

Coco Niz estuvo de “vacaciones en cana-dá”. Eso cuenta mientras agarra un vasito de plástico que está tímidamente arrinconado en la zanja y expresa: “Ves, esto es materia prima para nosotros, así nos ganamos la vida”. Dos palmadas, se sacude la tierra y continúa viaje. El Sol contornea los edificios de Fuerte Apache. Son las 11 AM en Ciudadela, una vez más.

Canadá le es un destino vedado a Coco. Inalcanzable y quizá no anhelado. Igualmente no le da el bolsillo para llegar hasta allá, menos con su profesión. Es cartonero de tiempo completo, tiene 53 años, 12 hijos y haciendo changas junta $700 por mes; tiene un carro fabricado por él y se llama Tradig, un reflejo de sus sueños, delatado. “Quiere decir trabajo digno”. Con él labura de lunes a lunes y aclara: “cana-dá le decimos nosotros, los que curtimos la calle, a estar guardados”.

En 1976, Coco fue trasladado a un penal de Trelew por “faltar al gobierno de facto”, dice. No quiere dar detalles de qué pasó. Cuando salió, se dedicó a vender “cosas” y en 1990 se vio obligado a patear el Conurbano para “morfar”. Desde esa época desanda siempre a Tres de Febrero donde actualmente tiene su búnker para los “cartoneros libres” y reside en Chacarita.

 

Para el INDEC, los recolectores ambulantes no tienen denominación oficial ni están censados, palabra de ellos. En Ciudad, existe un registro de inscripción para los cartoneros que desde 2008, lleva registrados unos 5000 trabajadores. Estos recolectores cobran entre $200 y $370 por cada tonelada recuperada (se recuperan entre 2 y 2.8 toneladas por persona, aproximadamente) que la venden en forma individual al mejor postor. El Estado paga, además, un incentivo fijo de $300.

Algunos están a favor de esta medida, otros piensan que las cooperativas podrían vender el material procesado a un mejor precio y generar más trabajo. Juan Dragois, colaborador del Movimiento de Trabajadores Libres (MTE), duda, y comenta que las cooperativas “pueden llegar a ser empresas encubiertas”.

Lo cierto es que, si bien casi el 90% de los ambulantes recurre a Ciudad para juntar residuos, en provincia de Buenos Aires “no existen planes para los cartoneros libres”, dice el presidente de la Cooperativa Padilla, Alberto Cruz. 

Padilla funciona en Tres de Febrero. La postal del barrio Ejército de los Andes, mejor conocido como Fuerte Apache, se dibuja por una de sus ventanas. Mientras el miércoles se escurre entre las agujas, Coco Niz comenta que quiere lograr una integración. “Somos como 500 los que hacemos esta actividad en el barrio, y si todos pateamos para el mismo lado, podemos lograrlo”, repite cada tres minutos.

Necesitan de todo. El nauseabundo hedor que escupen los contenedores reflejan una primera imagen: Barbijos ausentes. De camiones para levantar los 300 kilos que trae Julio, otro de los cartoneros, por la calle De Vicenci, ni hablar. “Está livianito”, apunta el hombre, que con sus 45 años se acostó anoche a las tres de la madrugada y con una carga de dos días recaudó cerca de $100.

Coco se adelanta a toda pregunta con un “queremos generar una concientización medioambiental”. Pasean puerta a puerta pregonando la selección de residuos en destino y se hacen llamar “promotores medioambientales”. Los deschavan las chaquetas naranjas, “una donación de la Unión Europea”.

En las inmediaciones de Apache, dentro y fuera del mismo, la cooperativa destinó contenedores de colores para colaborar con los cartoneros. Hay vecinos que ayudan, hay vecinos que putean: “Suele pasar que nos rajan o que se meten en las casas cuando nos ven venir”, tira Julio. La cruda realidad de la calle acobarda a los que no conocen los códigos: “Hay pibes que, con el chamuyo de que están cartoneando se meten en las casas para afanar. Un problema de drogas y de alcohol".

Galponeros


Cada carro desembarca en un galpón. Desbordante. Explota de desperdicios perfectamente acomodados. No pueden perder ni un gramo en su trayectoria. Pero el conflicto con el campo vapuleó los precios de todos los materiales y cada día los carros deben duplicar su carga para ganar los mismo.

“El cartón, que hasta hace no muchos meses se pagaba 50 centavos por kilo, hoy está en 15 centavos. El papel de diario cayó de 35 centavos a 5 o 6, cuando no es directamente rechazado por los galponeros. El Pet, que es el plástico utilizado en las botellas de gaseosas, estaba a 1,25 pesos y hoy apenas llega a los 40 centavos. Y el papel blanco ronda los 60 o 70 centavos, cuando antes se pagaba 1,10 peso por kilo”, publica Clarín.

El tema del galpón, “es una actividad que está totalmente en negro y que parte desde el cartonero mismo hasta el galponero”, aclara el titular de Padilla, Alberto Cruz. A ese galponero –continúa el hombre- le compra un intermediario que le vende a las empresas. La cadena de registro se inicia cuando el producto llega a estas empresas.

El intermediario, según comentan los trabajadores, desaparece a los pocos meses del mercado y cuando la Afip aparece para hacer el control de los aportes, se encuentran con que no existe ningún proveedor. “Es gente que actúa en connivencia con las grandes empresas y los galponeros”, rumorean.

Necesidad


Estuvieron muy cerca de tener una máquina. Así, la cooperativa intenta acceder al mercado del reciclado, porque es ahí donde está una gran parte de la torta.

“Si fuimos nosotros, los cirujas, los que inventamos esta actividad. ¿Por qué no vamos a formar parte?”, reclaman. Con una “peletizadora”, artefacto para reelaborar el plástico de las botellas, podrían vender cantidad a precios más altos. También quieren una máquina para reciclar cartón, una prensa y una balanza electrónica, “para que no nos caguen más”, regañan.

El Fuerte tiene esos contrastes. Te afanan, te cagan y se vive tranquilo. Nada diferente a lo que sucede en cualquier ciudad. El Sol desaparece, una vez más.

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