Carolina Ferrari - San Martín

La artista que transforma la música en pintura

Carolina Ferrari habla de su próxima muestra y habla de las dificultades que enfrentan los artistas de San Martín.

Por Leticia Leibelt
Con sólo 30 años, Carolina Ferrari descubrió que combinar dos artes distintos en una misma persona puede resultar mucho más difícil de lo que parece. Egresada de la Escuela de Artes Visuales Antonio Berni de San Martín, esta artista de Villa Ballester transmutó de la música a la pintura después de sufrimientos, frustraciones y, finamente, aceptación de su verdadera vocación.
Aunque ejerce como docente de música en jardines de infantes, supo cambiar a tiempo el piano por el pincel, estudió fotografía en el Centro Cultural Ernesto Sábato de la UBA, y hoy expone individual y colectivamente con “Pensión Completa”, un grupo plástico de renombre en su distrito. En conjunto con estos artistas, sus obras llegaron a instituciones públicas y privadas como el Museo de Música y la Universidad de San Martín, el Museo Carnacini, La Universidad de Tres de Febrero y varias bibliotecas populares y centros culturales de la Ciudad de Buenos Aires y el Conurbano.
Molto vivace
En sus cuadros puede notarse un interés común que los guía: la imagen fragmentada del cuerpo humano, a modo de zoom, que muestra piernas, torsos y brazos, pero nunca cuerpos completos. Esta misma línea argumental se repetirá en su próxima muestra, "Entrelíneas Pentagramadas", que se inaugura el 3 de septiembre en el Museo Rosas de San Andrés, aunque con una vuelta de tuerca. Utilizando una original técnica, esta vez Carolina intenta fusionar sus dos formaciones artísticas y construir un trabajo autobiográfico.
“Desde principio de año vengo buscando una imagen que hable de mí de una manera más personal”, explica. “Encontrar una imagen es lo más importante para el armado de una obra más extensa, y esta fue la primera vez que encontré un modo de contar lo que me motivaba y movilizaba”.

¿Cómo es esta nueva muestra que vas a presentar en el Rosas?
La serie tiene que ver con una obra autobiográfica, donde busqué ensamblar mis dos vocaciones, la musical y la plástica. La idea fue romper partituras de mis libros de piano de hace 15 años, y volverlas a utilizar en la obra colocándolas en lugares donde funcionan a modo de telas, que cubren y tapan. Esto es una metáfora: la tela viene a ser esa formación más rígida y conservadora de mis estudios de piano en el conservatorio, y lo que cubre es la expresividad que yo quería encontrar cuando entré al profesorado de arte. Mis profesores me decían: “Ya te sale dibujar, ahora soltate”. Y a mí me costaba mucho, tal vez por esa rigidez que encontré en la academia de música.
Arpegios

¿En qué sentido te parece que el estudio de música es “más rígido”?
El estudio de un instrumento, como el piano, tiene una disciplina muy característica. Desde la manera de sentarse, apoyar el dedo sobre la tecla y la respiración, hasta lo que se lee en cada partitura. Incluso hasta la expresión está controlada: la partitura te dice con subtítulos en italiano de qué manera encontrar la expresividad para decir lo que querés. En cambio, el arte plástico es mucho más libre y subjetivo. Al principio me sentía en pañales, porque estaba acostumbrada a repetir la partitura, a la regla establecida. Necesitaba dejar ese pasado atrás y soltarme. Las obras que ahora voy a exponer están tituladas justamente con esas palabras en italiano que tienen las partituras.

¿Por qué decidiste estudiar música antes que pintura?
Lo musical lo empecé de chica, casi como un juego. Había un conservatorio gratis en San Martín, mis papás me preguntaron si quería ir y yo acepté. Después me compraron el piano. Ingresé al conservatorio a los 12 años y me llevó 10 finalizarlo. Cuando terminé dije: “basta de sufrir”. Cada examen era pasarme el verano sentada transpirando por horas. Aunque un docente me ayudó a entender la música desde otro lugar, y el último examen terminé disfrutándolo. También pasa por un tema de facilidad: creo que uno viene con dones al mundo, y a mí me gustaba la música pero no era “la” concertista.

Entonces cambiaste por la plástica…
Cuando terminé el secundario. Me di cuenta que la plástica era lo que me atravesaba, más visceral. No la sufría, sentía que podía hacer lo que quería con ese lenguaje. El arte sirve para conocerse, cada cuadro es el espejo del alma. Y con el piano no me podía conocer. El profesorado de música lo terminé por mi personalidad, porque si empiezo algo lo termino. Hoy soy docente de música y me mantengo con esa profesión, mientras intento pintar como una vocación. Veo esa diferencia entre profesión y vocación. Ojalá uno pueda vivir del arte. Yo me estoy haciendo el camino de a poco, tratando de entrar más en el circuito del mercado.
Con espressione

¿Cómo es tu experiencia dentro de Pensión Completa?
En el grupo nos conocemos hace 7 años. Somos gente joven, la mayoría de San Martín, Ballester y San Andrés, ex estudiantes del profesorado de bellas artes del Berni. Se generó una amistad y nos dimos cuenta que queríamos hacer algo en serio. Entonces decidimos potenciarnos en grupo, porque el arte en solitario es muy difícil. La idea fue mostrarnos juntos en exposiciones y el resultado fue muy positivo, se generó mucha respuesta desde el público. Por ejemplo, las muestras en la biblioteca Bernardino Rivadavia tenían un público estable, que se acostumbró al circuito alternativo. Ahora estamos haciendo un circuito de préstamo de obras de arte. Queremos acostumbrar a la gente a tener obra original, a salirse de la lámina. En vez de que los cuadros estén amontonados en un taller, ver qué genera en la gente tener un cuadro de autor en la casa. Necesitamos al público para que la obra tenga sentido y para vivir de esto.

¿Reciben apoyo de las autoridades para desarrollar su arte?
En San Martín y los lugares aledaños generamos apertura y gustamos. Siempre tuvimos buena aceptación. Cuando se inauguró el Museo Carnacini, la primera muestra grupal fue la nuestra. Fue algo que generamos nosotros, porque nos mostramos como un grupo consolidado, no improvisado. Pero todo es a pulmón, nadie te viene a golpear la puerta y ofrecerte un espacio. Eso te desgasta un poco y requiere una energía extra. A veces los lugares nos resultan chicos, nos gustaría que se hagan más espacios. Por eso planeamos ir a Capital, pero sabemos que ahí va a ser difícil porque no vamos a jugar de locales, y además hay muchas más propuestas.

Andante con moto
¿Te gustaría poder vivir de la pintura?

Es la idea. La docencia de música me divierte mucho, pero quiero estar en mi casa pintando. Por ahora logré hacerme esos espacios, sino no me siento feliz. Pero siempre lo hago gratis, por puro goce estético. Es un trabajo de hormiga. Trato de entrar en galerías y participo de algunos concursos. Ganar es como una caricia para el alma. Todo es a cuentagotas, y encontrando más puertas cerradas que abiertas. En argentina no hay mucho espacio para la cultura y no es un bien muy remunerable. Cuesta encontrar gente que apueste a esto. Los mecenas de siglos atrás ya no existen, hoy todo está ligado al mercado. Para exponer hay que pagar, invertir como si fuera una empresa. Que alguien confíe en vos y te deje colgar tus cuadros gratis es raro, salvo que seas un artista consagrado.

¿Hoy sentís más satisfacción al terminar una pintura que al componer una pieza?
En mi experiencia no compuse muchas piezas. Fui más que nada una intérprete de partituras durante 10 años, no viví la música desde otro lugar. La satisfacción que me dio la pintura no me la dio la música. De todos modos, no reniego de mi pasado. Gracias a eso tengo cierta disciplina, que arrastro de la formación musical, y que me permite entender que la pintura no se hace de día para el otro. Estoy segura que hay artistas que sienten la música como yo siento la pintura. Lo bueno es darse cuenta a tiempo de cambiar, porque hay gente a la que toda la vida no le alcanza para descubrirlo. Yo estoy feliz con lo que encontré.  
¿Quiere recibir notificaciones?
Suscribite a nuestras notificaciones y recibí las noticias al instante